jueves, 10 de diciembre de 2015

¡Están locos estos romanos! Adaptando a Astérix y Obélix.

Si el belga Tintín supone, dentro del cómic, una visión del mundo más ingenua y estereotipada de acuerdo con el espíritu humanista de la Commonwealth, los franceses Astérix y Obélix son una vuelta de tuerca más al discurso postcolonialista donde la parte débil (los galos) hacen frente a los fuertes (los romanos) y re-escriben la historia.

Teniendo en cuenta que este es el punto de partida, no es de extrañar que todos los cómics (y muchas películas) de Astérix comiencen de la misma forma:

“Estamos en el año 50 antes de Jesucristo. Toda la Galia está ocupada por los romanos… ¿Toda? ¡No! Una aldea poblada por irreductibles galos resiste todavía al invasor.”

Hoy damos un paseo por las distintas adaptaciones del cómic de Alberto Uderzo y René Goscini a lo largo de casi medio siglo.


ASTÉRIX EL GALO (Ray Goossens, 1967)
Como se predice en el título, es la primera película de la saga, dedicada a presentar al verdadero protagonista de la misma.

Se trata de una adaptación muy fiel al cómic original. Gracias a su rudimentaria animación, la película parece efectivamente un cómic del que surge movimiento, aún primitivo y lejos de los asombrosos efectos que hoy conocemos. Personalmente a mi me recuerda a los dibujos de Los Picapiedra o Bugs Bunny.

La película fue originalmente concebida para TV y sólo seis años después de la salida del primer cómic, al cual adapta. Por ello se ve que los personajes aún no están del todo perfilados.

La mejor viñeta: Astérix y Panoramix se hallan presos de los romanos y se extorsiona al druida para que fabrique la poción. Astérix, haciendo gana de su astucia, les manda a por fresas cuando aún no es época. Al cabo del tiempo aparece un romano con una cestita que ha comprado a precio de oro. La mejor escena viene después de esto, cuando los sagaces galos “degustan” las fresas, una a una, delante de un delirante Caius Bonus, el general al cargo de los prisioneros.


ASTÉRIX Y CLEOPATRA (René Goscini, Alberto Uderzo, Lee Bayant, 1968)
Segunda película. Con tan solo un año de diferencia con su antecesora, la diferencia en cuanto a complejidad de trama y mejoría en la animación  (y en el doblaje al castellano, por qué no decirlo) fue tremenda.

De nuevo, fiel al cómic y con unas divertidas secuencias extra, como la canción en la que los malos hacen una tarta envenenada para dársela a Cleopatra en nombre de los galos Astérix y Obélix.

La mejor viñeta: La visita a la pirámide acaba, cómo no, en trampa. Para salir, a Obélix se le concede beber una gotita de poción. Sólo en otra película de la saga se volvería a dar la excepción.

La viñeta histórica: cuando los tenderos descubren que sus esfinges en miniatura no están actualizadas (todas tienen nariz) deciden quitarlas. Lo que no se contó en los libros de historia es que fue Obélix el que, en un acto de inmadurez propia del personaje, se encaramó a la esfinge y le mutiló la nariz.


ASTÉRIX Y LAS DOCE PRUEBAS (René Goscini, Alberto Uderzo, Pierre Watrin, 1976)
Ocho años después de Astérix y Cleopatra se estrena la que, para muchos, se convertiría en la mejor entrega de la saga: Astérix y las Doce Pruebas.

¿Por qué? Es la que mejor ha envejecido, es original y tiene mucho contenido que los adultos sabrán apreciar: por ejemplo, la crítica a los funcionarios en la Casa que Enloquece. En este mismo sentido, parece que los guionistas (y los animadores) no se cortaron con el público al que iba dirigido (infantil, por supuesto).
Fue la primera película que se hizo a partir de un guión original: no estaba basada en ningún cómic. Por otro lado, sobrepasa a todas sus aventuras hasta la fecha en inverosimilitud (piensen en el episodio de la jabalina o en el de la legión de fantasmas), pese a ello es tan sumamente divertida que todo parece cuadrar y tener sentido.

La mejor escena: el atracón de Obelix pasaría a los anales (y sus pequeñas tostaditas al lado de los huevos duros de Groucho), pero si hay un diálogo que rompe todos los moldes, este pertenece a la escena en la que salen de la cueva de la bestia en una de las últimas pruebas y el buen Caius Pupus les pregunta:

-Disculpadme pero ¿cómo era el monstruo?
A lo que Obélix aventura:
-Muy sabroso.

La escena histórica: según Urerzo y Goscini, Julio César no moriría asesinado por Bruto (el cual aparece al comienzo de la película, ya apuntando maneras, donde se le ve jugando con un cuchillo en una reunión de consejeros en la que el propio César le llama la atención). Los artistas franceses le reservaban un destino más prometedor: un retiro con la reina Cleopatra.


ASTÉRIX Y LA SORPRESA DEL CÉSAR (Gaetan Brizzi, Paul Brizzi, 1985)
Los 80 fue la época más productiva de la saga, si no contamos esta última década con las producciones de carne y hueso.

La Sorpresa del César narra las peripecias de un editor, Caio Obtusus, y su afán por ofrecer al césar los juegos más espectaculares que jamás se han visto en Roma.

 Mezcla astutamente la comicidad con las aventuras e, incluso, el drama, volviéndose la trama más compleja que las anteriores producciones. Por ejemplo, la escena en la que el mendigo escucha los cánticos de la prisionera gala desde la plaza del coliseo es verdaderamente conmovedora. No cabe duda, de este modo, que el criterio de creación artística fue libre y, de nuevo, no coaccionado por el hecho de que la película fuese a ser para un público eminentemente infantil. Así, a la anterior escena se le añade otra donde un romano intenta abusar de Falbalá o esa más dramática cuando en la cárcel Falbalá y su prometido descubren que van a morir. Qué tiempos más bellos donde no se sobreprotegía al público infantil y se subyugaba el guión a chistes tipo caca-culo-pedo-pis.

La mejor viñeta. Es difícil hacer aquí una criba debido a lo minucioso y detallista de este relato. Igualmente, todo en él apunta al espectáculo final y, dentro de este marco, yo me quedo con la delirante carrera de cuadrigas.

La viñeta histórica. Quien haya viajado a Roma y haya observado el coliseo habrá sentido la curiosidad de saber por qué uno de los lados está en ruinas (como la mayor parte de los edificios de la época en la ciudad). Los guionistas apuntaron a un descontrolado Obélix en un delirio de amor.


ASTÉRIX EN BRETAÑA (Pino Van Lansweerde, 1986)
Es una de las adaptaciones más recordadas… y de los más divertidas debido a la cantidad de gags que colman el metraje en su totalidad, la mayoría describiendo a los bretones, a caballo entre sus raíces germánicas y el espíritu inglés tal y como hoy lo conocemos.

-La victoria es segura, oh César. Conquistaremos rápidamente esa pequeña Bretaña.
-¡Esa gran Bretaña! Los bretones son gente valiente. Para ellos como para nosotros hoy será un gran día.

En esta ocasión, Astérix, Obélix y un polizón (Idéfix) se unen a otro pueblo en vías de ser “colonizado”: los bretones. Será con el personaje de Buentórax, como guía turístico, con el que los galos se adentran en un punto de inflexión de la cultura bretona.

La película, así como el cómic, se hayan plagados de gags que se ríen de las costumbres inglesas, “bárbaras” para los romanos y, sin duda, absurdas para los espectadores, de parar el combate a las cinco, por ser la hora del (futuro) té o, también, cerrar por fin de semana en plena campaña contra los romanos.

La mejor viñeta: la escena de los soldados romanos buscando (disciplinadamente) la poción entre largas filas de barriles de vino no tiene desperdicio.

La viñeta histórica: La explicación del origen de la cultura del té en Gran Bretaña fue sumamente fortuita, según Uderzo y Goscini: el té sirvió como fórmula sustitutiva, o placebo, si se prefiere, de la legendaria poción mágica. Hasta entonces los bretones sólo bebían agua caliente, algunos de ellos, eso sí, la acompañaban un unas gotitas de limón.


ASTÉRIX Y EL GOLPE DEL MENHIR (Philippe Grimond, 1989)
El Golpe del Menhir es la película de las ambigüedades en la saga. Por un lado, se le ha tachado de sosa, aburrida y sin gracia. Por otro lado, la película cuenta con su propio público, el cual defiende la atmósfera surrealista que tiene la cinta, su originalidad y lo delirante de su trama que la convierte en una verdadera rareza.

Toda la trama transcurre en la aldea y en los bosques de alrededor. Los colores y los tonos cobran más importancia que en cualquier otra película: estos contribuyen a crear la atmósfera bucólica y casi alucinógena del bosque, la atmósfera gris y amenazante de la tormenta, la atmósfera fantasmal del pueblo galo, donde parece cernirse una terrible maldición…

¿Qué ocurre, entonces, en el pueblo galo? ¿De dónde sale esa niebla tan siniestra? ¿Qué son esas explosiones? ¿Qué pasa en el bosque, que todos los aldeanos visitan frecuentemente y de uno en uno? ¿Por qué están tan tranquilos los romanos? Y, en medio de todo, uno de los personajes más originales de toda la saga: el misterioso adivino Prolix, un oscuro Fu Manchu francés.

La mejor viñeta: quizás la escena más surrealista y pasada de rosca es aquella en la que un soldado romano se introduce en la aldea y cae en manos de un Panoramix, que ha perdido la razón por culpa del golpe de un menhir…


ASTÉRIX EN AMÉRICA (German Hann, 1994)
“Allá por el año 48 AC todo el mundo creía que la Tierra era plana como una pizza. Justo en el medio, donde convergen las anchoas, se hallaba Roma. Y Julio César era el pez gordo. Julio César, caminó por el mundo como un coloso y su descomunal sandalia cayó justo encima de la Galia. Pero en su sandalia había una piedrecita que retrasaba el camino hacia la victoria: una aldea de irreductibles galos que tenía las agallas de desafiar a las legiones del César. Los aldeanos sólo temían una cosa: que el cielo se les cayese sobre la cabeza”.

Original y alegórico comienzo modificado sobre el original (que ya todos tenemos interiorizado) por un buen propósito: servir de punto de partida para explorar nuevos horizontes (y nunca mejor dicho) dentro de los ya típicos escenarios coloniales del cómic.

Esta es una producción más típica de los años 90, con su parte musical, sus efectos especiales y su ritmo diferente que, pese a los medios invertidos, baja en calidad respecto a las anteriores. Basada libremente en el álbum “La Gran Travesía”, se trata de una de sus adaptaciones más criticadas pese a las originales ideas con la que la película se va construyendo.

La mejor viñeta: Obelix fumando la pipa de la paz.

La viñeta histórica: Después de que los romanos catapulten al druida y Astérix y Obelix salgan detrás de él, dan con un nuevo continente: América. Se puede decir que antes de Colón (quince siglos antes) unos Europeos ya habían visitado esas tierras (de forma más pacífica, eso sí). El cómic posee muchas más referencias a lo que sería el país de Estados Unidos siglos más tarde (como la estatua de la libertad o las estrellas de su bandera), sin embargo (y quizás un motivo más de devaluación con respecto al cómic) la película pierde muchas de estas referencias por el camino. De las referencias que no se pierden, yo destaco, sin duda, la referencia al monte Rushmore, otrora representación de jefes indios americanos.


ASTÉRIX Y LOS VIKINGOS (Stefan Fjeldmark, Jesper Moller, 2006)
Después de la visita de los galos a las Indias occidentales, hubo que esperar nada menos que 12 años para poder ver una nueva entrega de la saga en formato de dibujos, quizás en parte debido a que a finales de los 90 (en 1999, para ser exactos) la saga pasó a una nueva dimensión al convertir a sus personajes de animación en personas de carne y hueso con Astérix contra el César. En cualquier caso, el paso del tiempo también dio lugar a nuevos gráficos, nueva fotografía y nuevas técnicas de animación que se aprovecharon para esta nueva entrega.

Decepcionante fue: mientras que la mayor parte de su producción anterior (insisto, sin contar las películas con actores de carne y hueso) permanece a día de hoy completamente atemporal, el metraje de ésta empantana todo su interés en un incomprensible deseo de actualizar los chistes: una paloma llamada SMS, una vikinga obsesionada con los muebles que atiende al nombre de Ikea y, en la ya celebérrima lucha del herrero contra el pescadero, el primero se refiere al pescado del segundo en términos de “arma biológica”.

 Por si fuera poco, los personajes principales (Astérix y Obélix) pasan a ser secundarios y la banda sonora deja de sonar como en antaño para modernizarse con una “sountrack”.



ASTÉRIX Y LA RESIDENCIA DE LOS DIOSES (Louis Clichy, Alexandre Astier, 2014)
La última entrega de Astérix, que se hizo esperar otros ocho años, mereció la pena.

Con su original prólogo, sin duda hecho para introducir su animación 3D, se devuelve a la saga el frescor y la originalidad atemporal de sus bromas y sketches tradicionales. Desde luego, el blanco de sus chistes son los romanos, pero el alcance y la magnitud de esta salpican a nuestra sociedad actual. Además cuenta con una buena animación ya más encaminada a lo que hoy por hoy sería Dreamworks y hasta Pixar.

Cuando salió a la palestra, alguien dijo que pretendía contestar a la pregunta de los Monty Pyton de ¿Qué han hecho los romanos por nosotros? pero con un toque irreverente, desenfadado y divertido.
Si hubiese que esperar otros ocho años para ver una cinta de Astérix de esta calidad, la espera habría merecido la pena: así, ninguna generación se olvidaría nunca de la genialidad de Uderzo y Goscini.

La mejor viñeta:
-¿Sabéis qué pasa?
-No, no vemos nada.
-Bueno, vamos a intentar dormir.
-De todos modos, nunca será peor que en Roma…
Cuando los galos intentan sabotear las noches de paz de los residentes de la Residencia de los Dioses para obligarlos a marchar y, por más que lo intentan, (ruidos, olores…) no consiguen nunca superar la mala calidad de vida de Roma.

LAS PELÍCULAS DE CARNE Y HUESO

Pese a ser un fuerte detractor de las mismas, no consigo ignorarlas por completo en mi artículo y sugiero, a continuación, unas cuantas razones para no verlas.

En primer lugar, pierden la personalidad y el carisma que habían conservado (más o menos intacto) sus adaptaciones en dibujos con respecto a los álbumes. Los personajes de carne y hueso caen en el primer error: convertirse en personajes sórdidos y grotescos que incurren minuto tras minuto en la autoparodia.

Así, la dulce Falbalá pierde la delicadeza y la ternura de una joven de provincias para convertirse en una top-model, reclamo indiscutible para ir a ver el film. Astérix, por otro lado, pierde la elegancia y calma inicial y gana en chulería. Obélix parece un verdadero gañán, lejos del personaje noble y bonachón que llenaba las páginas de los cómics de ternura. Y, para ser sinceros, es el personaje mejor adaptado: no me imagino el día en que Gerard Depardieu abandone el proyecto.

En realidad, con la primera película (Astérix y Obélix contra César) hasta el espectador más curioso perdió la intriga de saber cómo serían los personajes interpretados por personas (como ya ocurrió en 2003 a Javier Fesser con La Gran Aventura de Mortadelo y Filemón que, para mi gusto, salió mejor parada). El reto estaba en qué diseño de producción idear para resolver todos los desafíos técnicos que sobre el papel funcionaban pero que con actores reales la cosa cambiaría.

A partir de la primera, y con el tiempo, las producciones incluso fueron bajando de nivel: desde la innecesaria Astérix y Obélix: misión Cleopatra (2002), copia absoluta de la de animación, hasta la más reciente Astérix y Obélix al servicio de su majestad. En esta, al parecer, no terminan de comprender que ciertos chistes, calcados de los originales, pierden toda la gracia cuando se ven con actores y que tratar de imitar ciertas cosas (como una cabecera de James Bond) es sumamente patético y hace pensar que a uno lo toman por tonto. Además, sobre esta y su producción anterior Astérix y Obélix en los Juegos Olímpicos, cabe destacar la bajísima calidad de producción, cutre, diría yo, que impregna la pantalla. En esta, el cameo de Santiago Segura sin duda serviría vilmente para atraer a los espectadores españoles. Sólo para fans incondicionales.


En definitiva: las películas de carne y hueso son una disciplina distinta a la animación y en el salto entre una y otra han caído al abismo muchísimas cualidades de las que hacían, tanto los cómics como las películas de animación, unos ratos inolvidables. El resultado: cada nueva entrega está peor valorada que la anterior por público y crítica. Véanse las fuentes: Filmaffinity, IMDB, Rotten Tomatoes…

jueves, 3 de diciembre de 2015

Fuera de Plano (5): Ángeles y demonios.


Años antes de ser grandes estrellas del cine o, más bien, años antes de coger caminos separados dentro del mundo del cine (y de la vida, en general) estos dos pequeños fueron amigos inseparables. Uno, al parecer, dio todo lo que tenía que dar a su más tierna edad. El otro, aún habría de esperar algunos años para cruzar el umbral de la madurez en su carrera profesional. Fuera como fuere, aquí tenéis una de las fotografías más tiernas que podemos recoger en este “fuera de plano” que nos recuerda que, al margen de la madurez y el futuro, los niños siempre tendrán (o deberían tener) su infancia.

Macaulay Culkin (dcha.), que ya había rodado sus conocidísimas Solo en Casa 1 (1990) y 2 (1992) y Mi Chica (1991), desaparecería un año más tarde tras el rodaje de Niño Rico (1994) y no volvería a ser visto hasta casi diez años más tarde. Elijah Wood (izda.), que alcanzó la cumbre de su carrera interpretando al hobbit camino del Monte del Destino, optó por una vida y una carrera más discreta, alejada de los focos de las grandes superproducciones (como lo fue El Señor de los Anillos) y prefiriendo unirse a los directores más underground, como Michel Gondry, Robert Rodríguez o Álex de la Iglesia.


Aquí los tenemos, sin máscaras ni artificios, en el descanso del rodaje de El buen hijo (1993).

viernes, 11 de septiembre de 2015

¡Espectadores al tren! Los trenes a través del cine.

Cuenta la historia que cuando los hermanos Lumière proyectaron en un café de París en 1895 su corto de apenas un minuto de duración La llegada del tren a la estación de la Ciotat, los espectadores salieron huyendo despavoridos al ver cómo un enorme convoy se abalanzaba sobre ellos.
Esta historia, que aparece en prácticamente todas las enciclopedias de cine, dista mucho de ser una mera anécdota. Dicho suceso puso en relieve varias cosas: en primer lugar, la capacidad que iba a tener el cine para revolucionar la manera de entender la realidad. En segundo lugar, el hecho de que la ficción (el tren) y la realidad (el patio de butacas) se habían fundido y confundido. Había nacido el cine, la imagen en movimiento.

Como añadidura, el hecho de que el protagonista de la película fuese un tren y no un coche ha añadido a la anécdota una capa más de contenido metafórico. El cine, por definición, es movimiento. Más concretamente un conjunto de imágenes (vagones) que se suceden a una determinada velocidad y crean la sensación de movimiento. En medio de una suculenta batalla visual entre Victor Érice y su colega Abbas Kiarostami en el proyecto titulado “Todas las Cartas”, cabe señalar una referencia al cine como una cámara fija, que mira por la ventana de un tren en marcha.

Este artículo no habla del tren como alegoría del cine, pero es un homenaje a uno de los vehículos más hermanados con el séptimo arte. He aquí una pequeña muestra de lo mejor del cine sobre trenes y pasajeros.


FILMANDO AL CABALLO DE HIERRO. EL TREN EN LA CULTURA AMERICANA.

El cine y el tren están muy unidos a la cultura americana. En la década de 1860, el tren fue un elemento clave en la expansión de los colonos en Estados Unidos hacia el oeste. Una figura de asombrosa tecnología en comparación con los caballos y las diligencias de las que se habían servido durante mucho tiempo. Algo así como la realización de un sueño, la realización de una aventura que terminó con la llegada al Pacífico y el fin de la colonización americana. ¿El fin? Irónicamente, en el siglo XX y XXI, el cine tomaría el relevo como uno de los medios más poderosos para la expansión de la cultura americana al resto de países y continentes.

En El Caballo de Hierro, John Ford compara, como se lee en el título, al tren con un robusto caballo que cruza de este a oeste (y de oeste a este) como un robusto símbolo del progreso y de la unión. Pero, como en todos los westerns (si es que podemos clasificar esta cinta en dicho género), siempre hay alguien que obstaculiza el desarrollo de la trama (el progreso, hablando metafóricamente) y en este caso son los indios, los nativos americanos.

Este planteamiento prototípicamente colonial esconde dos ironías. En primer lugar, que los indios son movidos, en realidad, por blancos, enemigos del magnate del ferrocarril que quieren sabotear su empresa y, en segundo lugar, que el nombre de la película, que connota robustez y bravura, no es más que un engaño pues, como se muestra a lo largo de toda la cinta, la construcción de las vías se ven continuamente trabadas por el ataque de los indios, por el sabotaje del propio hombre blanco y por la dificultad (y lo faraónico) de la obra en sí.

Quizás la película de Ford está rodada con una visión más ingenua de la historia americana y no pretendiese mostrar a los indios como enemigos del pueblo colono americano. Para eso, según documentan numerosos historiadores, habría que esperar algunos años y el desarrollo del cine del oeste tal y como hoy lo concebimos.

Más inocente aún en su concepción fue Asalto y Robo a un Tren (Edwin S. Porter), la controvertida cinta de 1903 que está considerada por algunos como el primer western de la historia. Otros argumentan que ya antes habían sido rodados algunos cortos con características similares a los westerns. Y aún los hay que van más allá y ni siquiera contemplan esta película como una cinta de género. En respuesta a estos últimos hay que añadir que lo cierto es que su temática (el asalto a un tren) es sumamente propia del western y que sería recurrente en el futuro.

En la escena más famosa, uno de los bandidos apunta directamente a la cámara y dispara. El efecto de inmediatez con respecto al público que habían conseguido los Lumière con su corto del tren entrando en la estación se había vuelto a repetir en este corto de Porter.

Sin olvidar la temática de los asaltos a los trenes y siguiendo con la historia de los EEUU, llegamos a la época de la Gran Depresión. A principios de los años 30 se ambienta El Emperador del Norte (Robert Aldrich, 1973), una historia en la que los trenes son algo más que un simple medio de transporte en el que los vagabundos viajan clandestinamente de un estado a otro en busca de nuevas oportunidades en un periodo de dificultad. En realidad, según Caparrós Llera en su libro 100 Películas sobre Historia Contemporánea, el tren pasaría a ser una alegoría del progreso, del resurgir de un país en crisis, que el vagabundo protagonista intenta coger en marcha mientras que un sádico maquinista le sigue los pasos.

Otro momento de inflexión para los Estados Unidos fue la Guerra de Secesión (1861-1865). En este punto de la historia nos encontramos a Johnny Gray, un maquinista en un estado del sur cuyas dos principales pasiones son su locomotora (La General) y una chica, Anabelle. Cuando estalla la guerra, Johnny pretende unirse a los confederados. Sin embargo, es rechazado por el ejército y Anabelle piensa que es un cobarde y lo abandona. El chico tendrá la oportunidad de demostrar lo contrario cuando un grupo infiltrado de unionistas secuestren a su máquina (La General) y a su chica. Hablamos de El Maquinista de La General (1926), considerada la cumbre de la carrera de Buster Keaton tanto a nivel humorístico (la cinta no deja un minuto libre sin un gag) como a nivel técnico (montaje, fotografía y, sobre todo, producción).

LOS TRENES DEL NAZISMO
Si pensamos en trenes y en nazis, la primera película que me viene a la cabeza es El Tren (1964) de John Frankenheimer. Se trata de una vertiginosa cinta, completamente frenética, que yo calificaría como La Jungla de Cristal del cine clásico.

Ya al final de la II Guerra Mundial encargan a un coronel nazi hacerse con unas pinturas francesas, cargarlas en un tren en París y llevárselas de vuelta a Berlín antes de que los aliados tomen la ciudad. El margen es mínimo y así se crea este emocionante relato que podríamos entender bien si visualizamos una cuerda (las vías del tren) entre ambas ciudades europeas y el tren como un tira y afloja entre las naciones aliadas y el III Reich dando sus últimos coletazos. Burt Lancaster encarna al bravo héroe de indomable carácter que ha de detener el tren.

Héroes fílmicos de la II Guerra Mundial hubo muchos, pero ninguno como Milo, el guardia de estación de Trenes Rigurosamente Vigilados (Jirí Menzel, 1967). Con un tono naturista, costumbrista y de humor agridulce se nos introduce a este alegre y risueño personaje con aspecto de Buster Keaton que cae rendido ante los encantos de una bella maquinista local.

El tono amoroso y provinciano de la película se va diluyendo conforme se va desarrollando la trama. Las nubes de la II Guerra Mundial precipitan la tragedia.

Como cinta perteneciente a la llamada Nueva Ola Checa, la obra carece realmente de ideología política. Hasta los propios nazis son retratados como melancólicos jóvenes que añoran su hogar y el propio protagonista se rinde más a su propia historia amorosa que a contribuir a la Resistencia contra los nazis.

Otra cinta con sabor agridulce es El Tren de la Vida (Radu Mihaileanu, 1998). Podría haberse llamado “El Tren Fantasma”, pero prefirieron El Tren de la Vida por oposición al tren de la muerte, uno de los nombres que se empleaba para referirse al tren en el que los nazis transportaban a los judíos a los campos de concentración.

En el contexto de la guerra, un pueblo de judíos en un área remota de Europa del este es avisado de que los nazis se acercan, así que urden un sesudo plan de huída que consiste en restaurar  un tren y simular que son prisioneros de camino a los campos.

Esta es una película francesa cercana al cine de Kusturika por su costumbrismo, su humor absurdo, el sentimiento de identidad cultural y su fuerte sentido antibelicista. En resumidas cuentas, una joya muy poco conocida que no se debe dejar de ver, por sus altas dosis de comedia y bien equilibrada tragedia con un final memorable.

Para culminar esta parte, no puedo dejar de mencionar Europa, la película de Lars Von Trier de 1991, ya en las puertas de su etapa más creativa. Se trata, pues, de un tratado, de un cúmulo de reflexiones capitales sobre el ascenso de los fascismos y la II Guerra Mundial. Sobre el comportamiento humano.

La historia se abre con las mismas vías del tren y una voz que nos llama a la hipnosis y pretende introducirnos, así, en la brutal etapa de la posguerra (obviada por la mayoría de películas que tratan la II Guerra Mundial). El tren, como en la novela de Martin Amis, La Flecha del Tiempo, viaja sin un rumbo claro. Significativamente, el tío del protagonista duda de si avanza o retrocede.


EL TREN COMO VEHÍCULO PARA CRÍMENES Y CRIMINALES

Si nos imaginamos una investigación policial y, a la vez, un crimen, podremos comprender el trayecto de un punto A (un asesinato) a un punto B (la resolución del mismo) como una investigación policial.

El tren es el vehículo perfecto donde puede ocurrir un crimen. Muchas veces, como veremos a continuación, se ha utilizado lo exótico de los trenes para crear intrigantes y misteriosas ambientaciones que confieren a la película un atractivo más. Es el caso de Asesinato en el Orient Express (Sidney Lumet, 1974).

Basada en la novela homónima de Agatha Christie, Asesinato en el Orient Express es, quizás, la adaptación de la célebre autora más lujosa y bien nutrida de celebridades desde El espejo roto. Destacan Ingrid Bergman, que consiguió el Oscar a la mejor actriz secundaria, Sean Connery al final de su etapa de James Bond y un Anthony Perkins definitivamente encasillado en su papel de Psicosis. Con esto, Sidney Lumet dirigió una de sus películas más mediocres y, aún así, entretenida y no mal ambientada en el tren más célebre del mundo.

Pero no siempre alguien debe morir para crear intriga en un tren. Alarma en el Expreso (Alfred Hitchcock, 1938) es una de las joyas del director en su etapa británica. Maravillosamente ambientada en un frío país ficticio de Europa central, Brandiquia, en el periodo de entreguerras. Allí tiene lugar una de las historias más enigmáticas de la extensa filmografía hitchockiana: durante un inesperado parón causado por el mal tiempo, una joven conoce a una vieja institutriz inglesa con la que entabla una conversación. Tras reanudar el viaje, la anciana desaparece sin dejar rastro. El desconcierto será absoluto cuando los pasajeros nieguen a la joven la existencia de tal mujer.

Un perfecto ejemplo del mejor cine de Alfred Hitchcock que combina intriga, suspense, aventuras, buenas interpretaciones y buenas dosis de humor inglés. Para muchos, la mejor película de su etapa británica.
De la etapa americana del maestro del suspense, por otro lado, también podemos recuperar una memorable cinta sobre encuentros en un tren. Se trata de Extraños en un Tren (1951), basada en la célebre novela homónima de Patricia Highsmith.

La historia parte de un planteamiento siniestro y de mal gusto, muy propio de su director: dos hombres, que no se conocen de nada, se encuentran en un tren. Ambos tienen algo en común que les acerca aún más: cada uno vive “martirizado” por una mujer. Entre risas y bromas deciden hacer un intercambio de crímenes para así despistar a la policía: todo un crimen perfecto. El problema viene cuando uno de los dos se toma en serio lo que en principio parecía una broma inocente entre desconocidos. Visualmente se trata de una de las películas más estilosas de su director, cuya escena más memorable es la del asesinato visto a través de unas gafas. Lo que se proyecta en la cámara a través de los cristales parece más bien propio una alucinación o un sueño.

El tren, que poco protagonismo tiene en la cinta, sirve como lugar de encuentro, de colisión más bien, de las vidas de dos protagonistas, que se juntan como si fuesen dos vías convergiendo, como muestran los metafóricos créditos del principio. El protagonista también se da de bruces con su director al comienzo de la película cuando, en su cameo tradicional, Hitchcock sube al tren con su violonchelo.


NATURALISMO Y CINE NEGRO: RETRATOS DEL SER HUMANO.

Para La Bestia Humana (1938), Jean Renoir se basó en la novela homónima de Emile Zola, el padre del naturalismo. La película, que se impregna en dicho movimiento literario, pretende demostrar lo lírico de la vida pese a las duras sorpresas que esta aguarda. La ya clásica cinta del realizador francés se centra en el punto de vista de un maquinista solitario. Este, marcado por el estigma hereditario de la locura, se enamora de una mujer. Siguiendo un argumento propio del cine negro (y aunque esta película no se considera como tal) la mujer se aprovecha de este y lo induce a acabar con la vida de su marido, al que ya no ama. La película utiliza sabiamente una toma de las vías del tren para hablar metafóricamente de cómo las vidas humanas se separan y se juntan, a veces de forma trágica.

Fritz Lang filmaría su propia versión de esta historia en Deseos Humanos, esta vez sí circunscrita en el género del cine negro (y en uno de sus momentos más prolíficos: los años cincuenta, exactamente en 1954). La historia, que vuelve a utilizar la metáfora de las vías, cuenta la historia de un hombre atormentado por la idea de perder su puesto de trabajo como maquinista y que pide a su mujer que interceda por él ante los jefes de la compañía para asegurar su empleo. Como es propio del cine negro, el pasado vuelve atormentando a los personajes de una producción con los mejores elementos del género: sexo, crimen y ambición.

 Terminando con el cine negro propiamente dicho, no puedo dejar de recomendar Mentira Latente (Mitchell Leisen, 1950). En esta película, el tren forma parte de una única escena al comienzo de la misma. Es el hecho fortuito de que descarrile lo que cambiará, irónicamente, el destino de la protagonista. Dicha escena está cargada de elementos supersticiosos como el espejo roto o lo que, en realidad, será lo que origine esta pequeña farsa dramática: la protagonista se pone un anillo de casada que no es suyo. También cabe destacar Testigo Accidental (Richard Fleischer, 1952). En esta, un cúmulo de intrigas de todo tipo dan lugar a una imaginación desbordante en cuanto a técnica: cámara en mano, primera persona, efecto espejo entre dos trenes, etc. Un guión magnífico, bajo presupuesto y mucho rendimiento a lo que, en realidad, es un inconveniente: rodar en un espacio reducido (el tren).

Quiero terminar el apartado con un pequeño guiño humorístico: el segundo relato de la película de episodios de John Ford titulada La Salida de la Luna (1957). El objetivo de la película era retratar a la sociedad irlandesa, país de donde su familia era originaria. En clave de comedia, John Ford nos cuenta la historia de “A minute’s wait” donde se retrata el ritmo de vida descarado y desenfadado de los irlandeses utilizando como metáfora el sistemático retraso de un tren que parece negarse a abandonar la estación. Un simpático mosaico de sentimientos, ilusiones y anécdotas con el desparpajo propio del irlandés.


RODANDO AL TREN: LOS DOCUMENTALES

Termino este artículo, que espero que les haya parecido interesante, con tres singulares documentales.

Para el que opine que los documentales son aburridos, porque nunca pasa nada (nada más lejos de la realidad), encontraría el ejemplo más extremo y perfecto en James Benning y su RR (2007). Para empezar, habría que definir a Benning como un documentalista experimental y estructuralista obsesionado por mostrar la realidad tal y como es; en su estado más puro y natural. Además de lo citado, también podríamos tachar a Benning de minimalista, conceptualista… y un sinfín de calificativos que saturarían nuestra imagen del director en contraste con lo sencillas que son sus propuestas. En este caso, RR, también llamada Railroad, consiste en un conjunto de 43 planos fijos (salvando una excepción) de vastos campos americanos con sus respectivas vías de tren. En ellos, el tren aparece, recorre la pantalla y desaparece. Conforme se avanza en el metraje, los planos muestran una progresiva evolución de los trenes hacia la actualidad. Nada ocurre. Solo planos que se suceden. El director busca resaltar el paisaje a través de las vías del tren: los diferentes encuadres, la dirección y el trayecto que dibuja la máquina, el sonido de la misma y cómo se expande (y cómo se va reduciendo)... Esta experiencia, pese a su aparente simpleza, ya suponía un grado mayor de planificación con respecto a su película del 2004, 13 lakes, donde se busca la proporción perfecta: el equilibrio porcentual de cielo y lago en trece tomas de 10 minutos exactamente mostrando trece diferentes lagos americanos.

Para su correcta apreciación, James Benning hace hincapié en el “looking and listening” (observar escuchar) para adentrarnos, volviendo al caso que nos ocupa, en un curioso pasatiempo anglosajón conocido como “trainspotting” y que consiste en, como el propio nombre indica, localizar (spot) trenes en el paisaje.
Otro singular documentalista es Wang Bing. Este director chino hizo con West of the Tracks (Al oeste de los raíles) lo que en su día Béla Tarr hizo con Sátántangó, esto es, una profunda inmersión en la decadencia de un sistema que, en otro tiempo, fue efervescente y pujante. Un documental de 9 horas de duración (dos más que la película de Tarr) dividido en tres partes: “Rust” (Óxido), “Remnants” (Vestigios) y “Rails” (Raíles).

Para aquel que considere este metraje excesivo, se podría, de nuevo, argumentar de la misma forma que con la película de Tarr: cuesta mucho convencer al público de que en otros tiempos, todo este campo que ahora parece estéril y desmantelado estaba lleno de promesas sobre el progreso. Lo que se muestra en las cintas de Tarr y de Bing es la capacidad de reacción del ser humano tras el fracaso. El óxido y los vestigios a los que el título hace referencia son los restos de lo que otrora era un tren, el símbolo del progreso socialista.

Finalizamos con un documental de culto en el mundo del hip-hop. Se trata de Style Wars (Henry Chalfant, Tony Silver, 1983), un documental que analiza varios de los elementos que configuran el universo del hip hop. Entre ellos está el graffiti, quizás el más central de la obra, ya que el título (“style” y “wars”) alude al proceso de creación artística de los graffiteros, llamados en el documental “escritores”, y su lucha para hacerse un hueco en la sociedad mientras sus familias y los políticos se oponen a ellos. Esta cinta de algo más de una hora de duración describe muy bien la oposición entre artistas y civiles (siguiendo con la terminología de la guerra) e, incluso, arte y vandalismo o, como se cuestiona al comienzo del film, arte o plaga.


En la pugna de los graffiteros por hacerse con un nombre, el tren es una revolución para darse a conocer ya que no supone solamente una pared con un espacio más que suficiente para “escribir” (de hecho, en el documental se refieren a los trenes como “pergaminos”) sino que, además, está en movimiento y viaja a todas partes de la ciudad, haciéndose así sus nombres más visibles.

domingo, 9 de agosto de 2015

Fuera de Plano (4): Reina pop


Sofia Coppola nunca llegó a leer la famosa biografía de Stephen Zweig sobre la reina francesa debido a que este era demasiado duro con ella. En su lugar, Coppola basó su película en la biografía más intimista de Antonia Fraser.

Así, la película nos muestra una reina más humana, embutida en las intrigas palaciegas y las cambiantes emociones de una adolescente. La reina vive aislada de la realidad, como cualquier persona de su edad, y la película, de igual forma, sigue estos pasos eliminando todo rastro de evento histórico reseñable.

De este planteamiento se nutre la puesta en escena de la película: colores jóvenes alejados de la gris mentalidad de palacio y tonos pastel empalagan cada uno de los fotogramas. También la música es joven: Air, The Strokes, The Cure o Siouxsie and the Banshees son algunos de los grupos que suenan en palacio, moderneces que desentonan de los clásicos como Vivaldi (que también se dejan oír).

Finalmente, entre tanto anacronismo, es normal que haya pequeños gazapos escondidos entre los fotogramas de la película, como unas zapatillas Converse entre la ropa de la reina.

La imagen seleccionada arriba es un resumen, entre bastidores, de lo que en la película podemos ver: una anécdota anacrónica.


domingo, 7 de junio de 2015

La mejor adaptación de Sherlock Holmes

¿Por qué La Vida Privada de Sherlock Holmes (Billy Wilder, 1970) es la mejor adaptación del personaje de Connan Doyle hasta la fecha?

Nunca suelo afirmar categóricamente y menos en este blog, que más que un lugar de opinión es un espacio de análisis. No obstante, declino considerar cualquier otra adaptación del genial detective inglés como superior a esta. ¿Por qué? A continuación detallo mis motivos:

1) Es un pastiche que incluye la mayor parte de elementos y personajes de las novelas originales. Esto es importante ya que hace de la cinta un universo cerrado y coherente. Cualquiera que no haya oído nunca hablar del famoso detective podría ver la película y captar la esencia de sus personajes.

2) Los actores protagonistas están a la altura. Robert Stephens está impenetrable en su papel de Sherlock y su compañero, Colin Blakely, divertidísimo en el de Watson.

3) La película sabe reírse de sí misma y busca un grado más de realismo cuando Sherlock se mofa de las aptitudes literarias de su colega, desvinculándose así del mundo literario y reafirmándose como “realidad”.

4) Su pulso a la hora de acercarse a uno de los temas más cuestionados del mundo del detective: la sexualidad de los dos protagonistas. Un momento de la película que ejemplifica este pulso magistral es cuando Watson se dirige a su compañero en estos términos: “Holmes, permítame una pregunta. No quisiera parecer indiscreto pero, ¿ha habido mujeres en su vida?”. A lo que el genial detective le contesta: “La respuesta es sí: me parece usted indiscreto”.

5) Como extensión de la razón anterior, se trata de uno de los mejores guiones del que fue el mejor guionista de Hollywood de su tiempo, el maestro Billy Wilder, que también dirigió.

6) La mezcla de géneros combinados a la perfección: de lo cómico a lo dramático pasando por lo histórico, la fantasía y, por supuesto, el cine negro. Cada una de las múltiples historias que componen la película es como un lazo que va a parar al mismo nudo. La película es, en resumidas cuentas, un tapiz de historias y géneros con el que es casi imposible aburrirse.

7) En consonancia con la historia, una fotografía preciosa y otoñal.

8) La música es fabulosa. Compleja instrumentalmente, donde los instrumentos de cuerda frotada cobran protagonismo (Sherlock tocaba el violín) y bien documentada en la época (como acostumbraba siempre su genial compositor Miklós Rózsa). Pero ahí no termina todo. Billy Wilder declaró que la música de Rózda había servido de inspiración para idear el argumento de la película.



Este año se estrena la enésima adaptación basada en el personaje de Arthur Conan Doyle. Esta vez, Sir Ian McKellen se pondrá en la piel del genial detective; detrás de la cámara estará Bill Condon, que ya había trabajado con el actor británico en Dioses y Monstruos. Esta nueva cinta, de título Mr. Holmes, se centrará en los años de retiro del detective, ya anciano, en Sussex.