lunes, 10 de febrero de 2014

Estados Unidos: De la Literatura al Cine (hasta 1895)

La literatura estadounidense, sobre todo esa desarrollada hasta finales del siglo XIX, está especialmente dedicada a la aventura y a la creación de una nueva cultura que pretendía construir mitos e iconos totalmente nuevos y desvincularse de los signos y del yugo del antiguo continente. Estos mitos y leyendas que al principio se plasmaron sobre el papel y la tradición oral servirían, cómo no, al cine años más tarde para los mismos propósitos.

LOS COLONOS. EL DESCUBRIMIENTO DE UN “NUEVO MUNDO”
El nombre de John Smith es, para muchos, un icono en sí dentro de la cultura norteamericana que surge de la fundación de un país (los Estados Unidos) y que guarda una profunda relación con la literatura.
El primer John Smith fue, en realidad, un explorador del Nuevo Mundo más interesado en aumentar su riqueza que en crear un relato literario perdurable. A él le debemos el mito de Pocahontas, una historia de dudosa veracidad, pero que introdujo un elemento dramático que se popularizaría rápidamente: el choque de culturas, lo viejo y lo nuevo.

Aunque la adaptación por excelencia es el mismo filme homónimo que Disney estrenó en 1995, quizás sea “Avatar” (James Cameron, 2011) su más reciente depositario. Muchos atribuyeron a la cinta una acusadora similitud con la película de Disney. Elementos como  la preservación de la naturaleza, la moralidad, la fantasía y el descubrimiento de un nuevo mundo más allá del conocido son compartidos por ambas películas pero no por los escritos originales de Smith, el cuál buscó otro estímulo diferente en el lector. Sin embargo, las líneas idealizadas por Smith han servido de base para un relato más humano y reivindicativo. El romance entre Pocahontas y John Smith es un claro ejemplo para ilustrar esto último: si bien uno de los problemas a los que se enfrentó dicha sociedad fue la mezcla de culturas, Pocahontas y John Smith es el claro ejemplo de la universalidad de la cultura romántica.


EL NACIMIENTO DE UNA NACIÓN: LA BÚSQUEDA DE UNA NUEVA IDENTIDAD CULTURAL Y EL MITO DE LA FRONTERA.

Pese a que John Smith ignoró su posición como fenómeno literario así como su impacto en la creación de una nueva cultura, otros que vinieron después no desaprovecharon la ocasión de marcar diferencias y tratar de desvincular los lazos culturales que les unían con Reino Unido. Para ello, se esmeraron en innovar y crear un nuevo abanico de elementos, técnicas y motivos que habrían de repetirse tanto en la literatura como en el cine nacional años más tarde. Algunos de ellos desembocaron en la creación del clásico género del “Western”, que aborda en su amplio espectro iconográfico el famoso “mito de la frontera” y la guerra contra los indios.

Mientras que Washington Irving se alejaba de la nueva moda estadounidense para abrazar la cultura del Viejo Continente, otros narradores de historias como John Fenimore Cooper crearon algunas de las mejores novelas del género. “El Último Mohicano”, adaptada a la gran pantalla por Michael Mann (1992), es una de las obras que más tarde, cronológicamente, desembocaría en el Western. El Último Mohicano tiene lugar en Nueva Inglaterra, a orillas del río Hudson, recientemente ocupada por Inglaterra y en guerra contra Francia por la hegemonía del territorio. En tal situación surge el personaje del indio como enemigo, los efectos del contraste de culturas (matrimonio, alcohol y armas) así como la extinción de la cultura india con el avance incesante de los colonos. Muchos criticaron a Cooper por el tono ambiguo de su novela, ya que para algunos  el autor da a entender que las culturas nativas estaban condenadas, desde el principio, a la extinción. No obstante, Cooper encierra una reflexión melancólica y crítica hacia las culturas imperiales así como un cántico de alabanza hacia la naturaleza en toda su belleza y plenitud. En el fotograma, los dos protagonistas contemplan el horizonte, basto y lejano, como si mirasen hacia adelante en la historia o como si este horizonte representase lo que aún en aquel país emergente estaba por descubrir.


LOS ESCLAVOS: LA LECTURA Y LA ESCRITURA COMO HERRAMIENTA PARA ROMPER LAS CADENAS.

Otro de los temas más recurrentes de la literatura norteamericana del S.XIX y del cine estadounidense en general es el tema de la esclavitud. Asimismo intrínseca a la historia del país, los esclavos han sido durante mucho tiempo la embarazosa evidencia de unos valores fundacionales ambiguos e hipócritas. Olaudah Equiano, Philis Wheatley o Frederick Douglas fueron, de los muchos esclavos que utilizaron la pluma como medio de liberación y reivindicación,  los más significativos.

Pese a que muchas biografías escritas por esclavos negros han sobrevivido hasta nuestros días, no muchos realizadores han visto atractiva sus adaptaciones al cine, por lo que no existen, apenas, versiones cinematográficas de las novelas de los escritores ya mencionados.

Como alternativa, algunos directores optaron por crear sus propios héroes esclavos y narrar sus biografías, copiando elementos de las novelas existentes y haciéndolos atractivos para el gran público. Un ejemplo reciente es el de “Django Desencadenado”, dirigida en 2012 por Quentin Tarantino. Django es una sátira pero, pese a ello (o quizás gracias a ello), resulta ser un perfecto manual de todos los trucos y elementos del género. Hereditaria de la violencia y del fervor abolicionista, una vez superada esa parte de la historia, la propaganda ya resulta inútil y la violencia queda justificada como un mero recurso para el entretenimiento y, por qué no, como valor poético y simbólico. Así la escena en que el campo de algodón queda salpicado de sangre no solo resulta de una estética plástica brillante sino que, además, adquiere un tono simbólico y acusador sobre lo que realmente estaban teñidos aquellos campos.

Lars Von Trier, el deconstructor del cine clásico americano por excelencia, no perdió la oportunidad con su trilogía USA, Tierra de las Oportunidades, de denunciar con “Manderlay” (2005) la doble moral americana que siempre ha acompañado este delicado problema.

Por otro lado, los valores encerrados en estas biografías dieron lugar a uno de los géneros norteamericanos más populares y típicos: los dramas sureños, como es el caso de “Lo que el Viento se Llevó” (1939). Aquí el género adopta un tono melodramático que, en sus orígenes, pretendía justificar lo injustificable a través de individuos de diversas clases que buscan su lugar en un país cuya historia se debatía entre el sueño individual o el espíritu colectivo.

En el S. XIX en Estados Unidos, el territorio se hallaba dividido entre el norte (defensores de un sistema industrial, avanzado y liberal) y el sur (dependientes de arcaicos sistemas agrícolas y feudales). La tensión entre los distintos sistemas dio lugar a la Guerra Civil (también conocida como de “Guerra de Secesión”) en la que muchos dramas sureños están ambientados.

Aquí surge un amplio abanico de recursos que, ahora involuntariamente, sirvieron para asentar la personalidad y carácter del país. Una de las más tempranas obras maestras del cine norteamericano, “El Nacimiento de una Nación” (1915), le supuso a su director, David Wark Griffith, un aluvión de críticas por el modo en el que el Ku Klux Klan era introducido. Este es reflejado como un salvador invento al servicio de la patria sugerido, irónicamente, del juego inocente de unos niños. Pero el Nacimiento de una Nación no era más que el pistoletazo de salida de una cinematografía que se ha dedicado, a través de su historia, a justificar sus acciones (militares, imperialistas, culturales…) sirviéndose del cine como medio al igual que harían sus históricos rivales de la URSS.

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Harriet Beecher Stowe fue una escritora que dedicó su vida a la defensa de los esclavos. Su condición de mujer blanca y libre fue una de las principales causas de toda la polémica que envolvió su obra. Cuentan que cuando Abraham Lincoln la conoció, lo primero que este dijo fue: “conque tú eres la pequeña señorita que ha empezado toda esta gran guerra”. Su obra más conocida, “La Cabaña del Tío Tom”, fue una de las novelas más populares y polémicas de la historia del país. De aquí surge el peyorativo término del “Tío Tom” que hacía referencia a la clase de negro excesivamente sumiso y nada reivindicativo. Lejos de corresponderse con el personaje principal de la novela de Stowe, el tío Tom era en realidad un héroe estoico, más cerca del mártir cristiano o de lo que hoy entenderíamos por un defensor de la resistencia no violenta. En el cine, este personaje ha sido utilizado en numerosas ocasiones, ya que desde el mismo momento de su creación pasó a formar parte del imaginario colectivo americano. La adaptación a la animación de Tex Avery en 1947 estaba lejos de ser una reivindicación por los derechos de los negros, pero incluía otros valores como la vivienda y el hogar digno sobre el dinero y el afán de lucro. Otro título, “Adiós tío Tom” (1971), es un singular documental italiano sobre la esclavitud en tiempos de la Guerra Civil que se alimenta de las líneas de la novela de Stowe y de otros autobiógrafos negros. Las hipnóticas imágenes muestran la compraventa de esclavos así como su abuso, físico, psíquico y sexual que sirvieron y sirven de panfleto propagandístico. En una de sus escenas más especialmente significativas  se pone en contraste la figura de un blanco gordo y sudoroso que manosea con sus aceitosas manos un cargo de negros de piel tersa y de un color oscuro como el carbón. La película es una crítica a las falsas construcciones sociales, muy en la línea de Pasolini, en la cual no falta la sátira y el erotismo, elementos que, por otro lado, eran impensables en tiempos de Stowe.




FILÓSOFOS Y EXISTENCIALISTAS. LOS ROMÁNTICOS

De todos los románticos, Edgar Allan Poe es, sin duda, el más adaptado de todos los escritores y poetas estadounidenses. Aparte de la cinematografía de su país natal, los Estados Unidos, muchos otros países, especialmente Reino Unido, no dejaron de ver a Poe como un recurrente pozo de motivos e inspiración desde los comienzos del cine. Algunas de sus obras, incluso, son adaptaciones libres cuya esencia se ve vagamente reflejada y sencillamente un título, una cita o un símbolo ha servido de inspiración para un metraje de 90 minutos. Este es el caso de Satanás (The Black Cat, 1934) o El Cuervo (The Raven, 1935) ambas protagonizadas por dos colosos del cine de terror: Boris Karloff y Béla Lugosi. Otras obras, por otro lado, han dado para cortos o mediometrajes extraordinarios y han sido recopiladas en películas llamadas “de episodios”. Dos buenos ejemplos son Historias de Terror (Tales of Terror, 1962) dirigida por Roger Corman, uno de los grandes adaptadores del escritor estadounidense, y Obras Maestras del Terror (1969) cuyo guión está firmado por el mismísimo Narciso Ibáñez Serrador que comparte, además, un lugar en el reparto junto a su padre, Narciso Ibáñez Menta, ambos dos importantes figuras del cine de terror nacional. Como añadidura, resulta interesante la curiosa mezcolanza de grandes autores (Federico Felini, Louis Maye y Roger Vadim) que colaboraron conjuntamente en la desigual película de episodios sobre Poe, Historias Extraordinarias (1968). Para completar esta suculenta variedad de adaptaciones, no puedo olvidarme de los perversos cuentos convertidos en grandes largometrajes: El péndulo de la muerte (The Pit and the Pendulum, 1961), La máscara de la muerte roja (The Masque of the Red Death, 1964), ambas dirigidas por Roger Corman, y la adaptación de La caída de la Casa Usher de 1928 dirigida por Jean Epstein, un teórico y filósofo francés de origen polaco que recogió en su adaptación lo más tenebroso del cine mudo y lo más sombrío de sus sonidos.

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Washington Irving fue otro escritor del romanticismo norteamericano a que la literatura universal le debe largas crónicas y bellas colecciones de relatos, muchos de ellos ambientados en Europa, como en el caso de la colección “Cuentos de la Alhambra”. Ya desde joven Irving rompió sus lazos con América y partió hacia la vieja Europa, donde desarrolló un amplio imaginario que utilizó para escribir también sobre su propio país. Exótico y orientalista, muchos de los cuentos de Irving son realmente oscuros, como es el caso de La Leyenda de Sleepy Hollow, historia que llevó primero Disney a la gran pantalla en 1949 y, cincuenta años más tarde, Tim Burton en una de sus mejores producciones. Y pese a sustanciales diferencias en cuanto al desarrollo de la trama y la edad a la que van dirigidas, ninguna de las dos se libra del tenebroso estilo que permea el cuento de Irving, inspirado en la novela gótica inglesa, la ambientación de la América colonial y el terror que producía la superstición a los lectores de la época.


Washington Irving es, además, el padre de curiosos conceptos que aún se manejan hoy en día, especialmente en el cine, como “el todopoderoso dólar” o “Gotham”, nombre que popularizó para referirse a la ciudad de Nueva York y que años más tarde sería utilizado en las historietas de Batman.

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Moby Dick gana los sondeos de mejor novela norteamericana ex aequo junto con El Gran Gatsby. Escrita por Herman Melville en 1851 con un tono autobiográfico, esta obra cuenta con una docena de adaptaciones a la gran pantalla, pero ninguna tan notable como la que dirigió John Huston en 1956, exactamente 105 años después de su publicación.

Gregory Peck interpreta al capitán Ahab, un sombrío y obsesivo personaje que ha consagrado su vida búsqueda y captura de una misteriosa ballena blanca. Todo el halo de misterio y la carga de significados que encierra la ballena están perfectamente representados en esta película. La sed de venganza es como la sed por comprender lo incomprensible, dominar lo indomable o, en resumen, desvelar una divinidad. Toda la historia de conquistas, celebraciones y excesos que han colocado y siguen colocando a América como una nación de hierro fueron a chocar con la aparición de esta historia, que narra con perfecto pulso, tanto en palabra como en imagen, las limitaciones del ser humano.

En el polo opuesto, Walt Whitman, aclamadísimo poeta norteamericano, filósofo y humanista, representante del movimiento trascendentalista, luchó por renovar los valores más puros de lo que él consideraba una gran nación. La aclamadísima serie de televisión Breaking Bad se inspiró en el nombre del autor para bautizar a su protagonista, Walter White. Su obra poética, recogida en el tomo “Leaves of Grass” se dejó ver en varios capítulos de la serie de forma significativa.


REALISMO Y NATURALISMO. HACIA LA NOVELA DEL SIGLO XX

El clásico género de la picaresca, que había surgido en España en el S. XVI propiciado por una sociedad en ebullición tras el descubrimiento de América y la expansión del reino peninsular, traspasó muros y fronteras y llegó también hasta el nuevo mundo. Escenarios y situaciones sociales completamente diferentes dan como resultado novelas (y películas) con un sabor distinto, pero con singulares y parecidos personajes. Lazarillo y Huck Finn tienen mucho que ver: ambos son jóvenes despojos de su propia sociedad, pero cada una de estas sociedades es bien distinta.

Así, en el clásico cuento de Henry James, Daisy Miller, se contrastan ambas sociedades: americana y europea, una inocente rallando en lo ingenuo y la segunda adulterizada y corrupta.

Pero  mientras que en Europa gozamos de grandiosas adaptaciones del género tan pictónico como es el realismo y el naturalismo (véase el realismo mágico o el neorrealismo italiano que salpicó a varios países, entre otros, España, en manos de Juan Antonio Bardem, su máximo exponente) en América pobres son las adaptaciones de grandes personajes como Daisy Miller, Tom Sawyer o Huckleberry Finn. Numerosas pero pobres. Y aún habría que esperar al siglo XX para encontrar obras literarias realistas que diesen grandes frutos en el cine a posteriori. Al Este del Edén, Las Uvas de la Ira (ambas adaptaciones de Steinbeck) o La Última Película (adaptación de Larry McMurtry) son clarísimos ejemplos

Resulta curioso que una obra tan leída como Las Aventuras de Huckleberry Finn haya dado lugar a adaptaciones tan pobres y, ninguna, digna de ser mencionada aquí.