domingo, 31 de octubre de 2010

Espectros del cine: Una retrospectiva en las sombras

Hoy les propongo una reflexión cinematográfica sobre la vida y la muerte, lo real y lo irreal, la luz y las sombras... y la cámara como testigo.


PRIMERAS SOMBRAS

Estamos a principios de los años treinta. El cine sonoro ha pasado una primera prueba y los directores han encontrado en el sonido un elemento nuevo de experimentación e ingeniería dentro del cine. El director sueco-danés Carl Theodor Dreyer venía de filmar La pasión de Juana de Arco, un ejercicio vanguardista sobre el espacio cinematográfico que, con el tiempo, le valió a su actriz principal, Renée Jeanne Falconetti, la fama de mejor representación femenina de la historia del cine.

Ahora las salas de proyección cambiaban, se adaptaban para el sonido; muchos actores de cine eran despedidos, pues quedaron desfasados ante la llegada de dicho fenómeno y eran sustituidos, a su vez, por estrellas del teatro. El cantor de jazz había dado su primera vuelta al mundo en poco más de ochenta minutos y el público pedía más. El cine había vuelto a nacer.


En este contexto de innovación y experimentación surgió "Vampyr", la primera y última película de terror fantástico del mencionado director danés.


Al igual que hubiese hecho un año atrás Dziga Vertov (El hombre de la cámara) para su primer proyecto sonoro Entuziazm: Simfoniya Donbassa, la experimentación con la imagen se mezcla en Vampyr con la experimentación con el sonido, o más bien reflejándose en esta, produciéndose así una experiencia sensorial única que, como consecuencia, quitó un sustancial protagonismo al argumento llegando a sustituir, incluso, personajes por cámaras.

En Vampyr la cámara es un personaje más que es testigo de los sucesos que ocurren en los espectrales escenarios del film. ¿Pero cómo sabemos nosotros esto? ¿Cómo podemos ver el rostro de ese ojo que es la cámara? La respuesta la encontramos en el modo en que el argumento es expuesto. Pero comencemos desde el principio...

Vampyr narra una historia de terror y fantasía, de brujas y vampiros, crímenes desde ultratumba y la eterna lucha entre el bien y el mal. Los personajes, engarzados todos por el protagonista, Allan Gray, no son más que fichas de ajedrez de un tablero donde lo que en realidad importa, lo que en realidad trasciende más allá del argumento, es el mágico y espectral juego de luces y sombras, esto es: los planos, el encuadre, los decorados naturales y la iluminación.

La película de Dreyer está basada en un relato de Sheridan Le Fanu (Camilla), precedente literario de Poe, del que también se inspiró Vampyr de relatos como "Entierro prematuro" (cuando Gray asiste a su propio entierro, una de las escenas más oscuras y terroríficas de la historia del género) o "El pozo y el péndulo" y "El barril amontillado" (relacionados con la angustia a muertes terribles). Los elementos literarios de estas obras de la tradición gótica son extraídos del corazón de sus libros y adaptados magistralmente para el cine: imágenes y sonidos. Pero más que a pasajes en concreto o ideas extraídas, es la esencia misma del cine , las luces, las sombras y las imágenes lo que consigue que Vampyr nos envuelva primero en la historia y posteriormente nos trague en un abismo de terror, angustia e incertidumbre.


Por todo esto, la imagen roba protagonismo a la historia, que se solapa, se torna oscura e incierta, muchas veces inexplicable. Los símbolos (el extraño hombre de la guadaña al principio de la película, el baile de sombras...) no nos ayudan a dar sentido a la película, sino que predicen lo que en ella va a ocurrir.


El argumento se ve truncado por culpa de cosas que no aparecen. Trozos de la historia que no vemos, pero que deberían estar allí. Y de aquí sacamos la conclusión; con terror y cierta emoción comprendemos por las imágenes que nos muestra la cámara que ésta solo es un personaje más, y que como cualquier personaje solo conoce parte de la historia.


En contrapunto con el cine clásico de Hollywood, en Vampyr la historia no se cuenta íntegramente al espectador. Pero la película trasciende... ¡Y de qué modo! Como dijo el director de cine islandés Fridrik Thor Fridriksson "hay películas que no están hechas para entenderlas, sino para sentirlas".

Se podría decir que existen dos películas en Vampyr. Una, la historia en el sentido clásico de la palabra, con principio y fin. Pero esta es una historia oculta, solapada y enterrada por una segunda historia: la que la cámara nos muestra.


Jess Franco dijo de ella que una sola de sus imágenes vale por toda una obra. No le faltaba razón. Vampyr es única en la historia del cine.


EL TURNO DE ESPAÑA
Producciones como Vampyr tienen lugar en momentos muy concretos de la historia del cine, debido a sus arriesgados métodos y a su alto nivel creativo.

En el caso de España existen dos trabajos que traspasan notablemente el umbral de lo excepcional y ya no solo dentro del cine nacional, sino en el marco mundial: Tren de sombras, de José Luís Guerín, y Cuaudecuc-Vampir, de Portabella

Tren de sombras (1997) es, en primer lugar, la película experimentalmente más revolucionaria del cine español. Disfrazada de documental (falso, por supuesto) el film de Guerín nos muestra la incansable búsqueda de fantasmas entre las últimas grabaciones de un abogado parisino con afán de director de cine mudo, fallecido en extrañas circunstancias junto al lago Le Thuit mientras buscaba las luces adecuadas para la filmación de una nueva película.

A diferencia del personaje de Murnau en su película Phantom, Guerín si que encuentra su fantasma, y nos lo revela como un apreciadísimo secreto escondido entre los fotogramas de esta obra maestra, una obra que, por otra parte, supone un inmenso homenaje al cine, al que se refiere en el título de la película.


El tren de sombras no es ni más ni menos que el cine: una sucesión de fotogramas, de luces y de sombras que, fantasmagóricamente, nos sumergen en una vivencia, en un sueño, en una película. El cine nace de esto y, curiosamente, también con esto, pues si hacemos memoria y recordamos la primera película en ser exhibida, recordaremos el famoso tren de los Lumière que hizo huir despavorida a una sala entera.

Huelga decir que el tren no era de verdad, que en realidad era un "fantasma", y el mismo que intentaba aquel abogado parisino rodar cuando murió, o el que intentó buscar Guerín en su película de 1997.


Cuaudecuc, Vampir (1970), por otra parte, se tata de un making-off sobre el Drácula de Jess Franco. Personalísima, supera honestamente la cinta de Franco recogiendo otro innovador experimento para el inexperto ojo del espectador.




sábado, 9 de octubre de 2010

¡Herzog se come su zapato!

Uno de los cantantes más influyentes del S.XX se suicidó tras ver una de sus películas. Pese a que las respuestas a éste triple enigma no tienen nada que ver entre sí, los entendidos ya sabrán que se trata de Ian Curtis, cantante de Joy Division, que se suicidó tras ver "Stroszek" de Werner Herzog.

Herzog es muchísimo más que un simple director de cine. Werner Herzog es un antropólogo, un explorador y descubridor de éste mundo, un polifacético personaje cuya línea que divide vida y obra ha ido poco a poco desapareciendo. Sus múltiples proyectos van desde los dramas más arriesgados hasta los documentales más creativos pasando por colaboraciones con directores amateur y apariciones como actor en algunas películas de cine underground (merece la pena destacar Gummo y Julien Donkey-Boy, de Korine y Man of flowers, de Paul Cox). Injustamente sería también omitir su contribución a la literatura en diversos medios.


Ya en su forma de hablar, en sus actos, se pone en tela de juicio su cordura mental. Para su primera película "También los enanos empezaron pequeños" de 1970, se apostó que se arrojaría a un cáctus si ninguno de los enanos que componía el reparto moría debido a un rodaje lleno de peligros e incidentes.

Años más tarde conocería a Errol Morris, un joven talento que apilaba una gran cantidad de material documental a la espera de un proyecto que nunca llegaba. Herzog pronto quedó impresionado por esto y animó e insistió a Morris para que hiciese una película con dicho material. Incluso llegó a prometerle que se comería su propio zapato si la veía estrenada.

La película de Errol Morris se estrenó el 19 de octubre de 1980 bajo el título de "Gates of Heaven", un curioso documental sobre el negocio de los cementerios de animales y la relación de afectividad entre humanos y mascotas. El material revelado y el montaje resultante hacen pensar que el propio Morris se ríe de la tesis que muestra en su película, y de los curiosos entrevistados que van desfilando ante la cámara.


Y finalmente Herzog no solo llegó a comerse su propio zapato, sino que dicho evento fue fruto de un programa televisivo y un corto dirigido por Les Blank y escrito por el propio Herzog en el que contaba, entre otras cosas, las consecuencias físicas de haberse arrojado a un cáctus tras el estreno de su primera película.


Werner es un personaje irreal, pero cargado de emociones y convicciones. Werner Herzog se parece a sus personajes. Son antihéroes. Personajes literarios que luchan ciegos sin ver sus propios límites humanos ante la naturaleza, inmensa y cruel, y quizás ante la propia materia humana: algo aún más difícil de entender. En esto se basa su libro "La conquista de lo inútil", un texto escrito por el propio director en el que exponía sus creencias, sus ilusiones y sus miedos bajo una aparente estructura de diario de rodaje.
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En sus documentales, Herzog se dedica también a buscar a extraños personajes que luchan en recónditos lugares del mundo como ocurre en Grizzly Man o en Encuentros en el fin del mundo. Su habilidad para comunicarse con otros seres humanos ya no solo se basa en los múltiples idiomas que domina (el alemán, su lengua materna, el inglés, el español...) sino más bien en su empatía emocional que sabe plasmar en su obra.
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Entre todos sus personajes siempre se identificó con Fitzcarraldo con el que más. Si en una película se resume toda la obra del director alemán, esa es Fitzcarraldo, dirigida en 1982 cuando el director ya estaba acostumbrado a rodar en situaciones y localizaciones extremas. También había rodado ya otra película en el Amazonas diez años atrás (Aguirre, la cólera de Dios), también protagonizada por el que siempre fue su actor predilecto , su mejor amigo... y su enemigo más íntimo.

Klaus Kinski (en la foto) ya fue compañero de Herzog incluso antes de serlo en el trabajo. Fue en un piso que compartían ambos cineastas en la época de los cincuenta. Ya entonces Herzog sintió una fuerte atracción hacia la enigmática personalidad de Kinski, personaje ego maníaco que podía pasar días realizando un mismo ejercicio de interpretación o destruir entero el mobiliario del piso tras un ataque de ira completamente irracional.

Más de cuatro décadas más tarde y ocho años después de su fallecimiento, Herzog dedicó un merecido homenaje al actor en su película de 1999 que lleva por título "Mi enemigo íntimo".

Sus películas quedan, pese a todo, atadas y encerradas en nuestros "corazones de cristal" dispuestas a explotar en el momento más inesperado. Y muchos serán los que digan

"Yo nunca podré tomar en serio a un hombre que
se come su propio zapato"

Y puede que su obra parezca, a primera vista, burda o nimia pero, donde en la sinopsis solo se escribe "Werner Herzog se come su zapato", en el fondo resulta ser un bello homenaje al cine, a la humanidad, a la naturaleza y una aplastante carga en contra de la televisión, la publicidad y la cultura pop. Conquista y destrucción de lo inútil.