La literatura estadounidense, sobre todo esa desarrollada hasta
finales del siglo XIX, está especialmente dedicada a la aventura y a la
creación de una nueva cultura que pretendía construir mitos e iconos totalmente
nuevos y desvincularse de los signos y del yugo del antiguo continente. Estos
mitos y leyendas que al principio se plasmaron sobre el papel y la tradición
oral servirían, cómo no, al cine años más tarde para los mismos propósitos.
LOS COLONOS. EL
DESCUBRIMIENTO DE UN “NUEVO MUNDO”
El nombre de John Smith es, para muchos, un icono en sí dentro
de la cultura norteamericana que surge de la fundación de un país (los Estados
Unidos) y que guarda una profunda relación con la literatura.
El primer John Smith fue, en realidad, un explorador del
Nuevo Mundo más interesado en aumentar su riqueza que en crear un relato
literario perdurable. A él le debemos el mito de Pocahontas, una historia
de dudosa veracidad, pero que introdujo un elemento dramático que se
popularizaría rápidamente: el choque de culturas, lo viejo y lo nuevo.
Aunque la adaptación por excelencia es el mismo filme
homónimo que Disney estrenó en 1995, quizás sea “Avatar” (James Cameron,
2011) su más reciente depositario. Muchos atribuyeron a la cinta una acusadora
similitud con la película de Disney. Elementos como la preservación de la naturaleza, la
moralidad, la fantasía y el descubrimiento de un nuevo mundo más allá del
conocido son compartidos por ambas películas pero no por los escritos
originales de Smith, el cuál buscó otro estímulo diferente en el lector. Sin
embargo, las líneas idealizadas por Smith han servido de base para un relato
más humano y reivindicativo. El romance entre Pocahontas y John Smith es un
claro ejemplo para ilustrar esto último: si bien uno de los problemas a los que
se enfrentó dicha sociedad fue la mezcla de culturas, Pocahontas y John Smith
es el claro ejemplo de la universalidad de la cultura romántica.
EL NACIMIENTO DE UNA
NACIÓN: LA BÚSQUEDA DE UNA NUEVA IDENTIDAD CULTURAL Y EL MITO DE LA FRONTERA.
Pese a que John Smith ignoró su posición como fenómeno
literario así como su impacto en la creación de una nueva cultura, otros que
vinieron después no desaprovecharon la ocasión de marcar diferencias y tratar
de desvincular los lazos culturales que les unían con Reino Unido. Para ello,
se esmeraron en innovar y crear un nuevo abanico de elementos, técnicas y
motivos que habrían de repetirse tanto en la literatura como en el cine
nacional años más tarde. Algunos de ellos desembocaron en la creación del
clásico género del “Western”, que aborda en su amplio espectro iconográfico el
famoso “mito de la frontera” y la guerra contra los indios.
Mientras que Washington Irving se alejaba de la nueva moda
estadounidense para abrazar la cultura del Viejo Continente, otros narradores
de historias como John Fenimore Cooper crearon algunas de las mejores novelas del
género. “El Último Mohicano”, adaptada a la gran pantalla por Michael
Mann (1992), es una de las obras que más tarde, cronológicamente, desembocaría
en el Western. El Último Mohicano tiene lugar en Nueva Inglaterra, a orillas
del río Hudson, recientemente ocupada por Inglaterra y en guerra contra Francia
por la hegemonía del territorio. En tal situación surge el personaje del indio
como enemigo, los efectos del contraste de culturas (matrimonio, alcohol y
armas) así como la extinción de la cultura india con el avance incesante de los
colonos. Muchos criticaron a Cooper por el tono ambiguo de su novela, ya que
para algunos el autor da a entender que
las culturas nativas estaban condenadas, desde el principio, a la extinción. No
obstante, Cooper encierra una reflexión melancólica y crítica hacia las
culturas imperiales así como un cántico de alabanza hacia la naturaleza en toda
su belleza y plenitud. En el fotograma, los dos protagonistas contemplan el
horizonte, basto y lejano, como si mirasen hacia adelante en la historia o como
si este horizonte representase lo que aún en aquel país emergente estaba por
descubrir.
LOS ESCLAVOS: LA
LECTURA Y LA ESCRITURA COMO HERRAMIENTA PARA ROMPER LAS CADENAS.
Otro de los temas más recurrentes de la literatura
norteamericana del S.XIX y del cine estadounidense en general es el tema de la
esclavitud. Asimismo intrínseca a la historia del país, los esclavos han sido
durante mucho tiempo la embarazosa evidencia de unos valores fundacionales
ambiguos e hipócritas. Olaudah Equiano, Philis Wheatley o Frederick Douglas
fueron, de los muchos esclavos que utilizaron la pluma como medio de liberación
y reivindicación, los más
significativos.
Pese a que muchas biografías escritas por esclavos negros
han sobrevivido hasta nuestros días, no muchos realizadores han visto atractiva
sus adaptaciones al cine, por lo que no existen, apenas, versiones
cinematográficas de las novelas de los escritores ya mencionados.
Como alternativa, algunos directores optaron por crear sus
propios héroes esclavos y narrar sus biografías, copiando elementos de las
novelas existentes y haciéndolos atractivos para el gran público. Un ejemplo
reciente es el de “Django Desencadenado”, dirigida en 2012 por Quentin Tarantino.
Django es una sátira pero, pese a ello (o quizás gracias a ello), resulta ser
un perfecto manual de todos los trucos y elementos del género. Hereditaria de
la violencia y del fervor abolicionista, una vez superada esa parte de la
historia, la propaganda ya resulta inútil y la violencia queda justificada como
un mero recurso para el entretenimiento y, por qué no, como valor poético y
simbólico. Así la escena en que el campo de algodón queda salpicado de sangre
no solo resulta de una estética plástica brillante sino que, además, adquiere
un tono simbólico y acusador sobre lo que realmente estaban teñidos aquellos
campos.
Lars Von Trier, el deconstructor del cine clásico americano
por excelencia, no perdió la oportunidad con su trilogía USA, Tierra de las
Oportunidades, de denunciar con “Manderlay” (2005) la doble moral
americana que siempre ha acompañado este delicado problema.
Por otro lado, los valores encerrados en estas biografías
dieron lugar a uno de los géneros norteamericanos más populares y típicos: los
dramas sureños, como es el caso de “Lo que el Viento se Llevó” (1939).
Aquí el género adopta un tono melodramático que, en sus orígenes, pretendía
justificar lo injustificable a través de individuos de diversas clases que
buscan su lugar en un país cuya historia se debatía entre el sueño individual o
el espíritu colectivo.
En el S. XIX en Estados Unidos, el territorio se hallaba
dividido entre el norte (defensores de un sistema industrial, avanzado y
liberal) y el sur (dependientes de arcaicos sistemas agrícolas y feudales). La
tensión entre los distintos sistemas dio lugar a la Guerra Civil (también
conocida como de “Guerra de Secesión”) en la que muchos dramas sureños están
ambientados.
Aquí surge un amplio abanico de recursos que, ahora
involuntariamente, sirvieron para asentar la personalidad y carácter del país. Una
de las más tempranas obras maestras del cine norteamericano, “El
Nacimiento de una Nación” (1915), le supuso a su director, David Wark
Griffith, un aluvión de críticas por el modo en el que el Ku Klux Klan era
introducido. Este es reflejado como un salvador invento al servicio de la
patria sugerido, irónicamente, del juego inocente de unos niños. Pero el
Nacimiento de una Nación no era más que el pistoletazo de salida de una
cinematografía que se ha dedicado, a través de su historia, a justificar sus
acciones (militares, imperialistas, culturales…) sirviéndose del cine como
medio al igual que harían sus históricos rivales de la URSS.
*
Harriet Beecher Stowe fue una escritora que dedicó su vida a
la defensa de los esclavos. Su condición de mujer blanca y libre fue una de las
principales causas de toda la polémica que envolvió su obra. Cuentan que cuando
Abraham Lincoln la conoció, lo primero que este dijo fue: “conque tú eres la
pequeña señorita que ha empezado toda esta gran guerra”. Su obra más conocida,
“La Cabaña del Tío Tom”, fue una de las novelas más populares y polémicas de la
historia del país. De aquí surge el peyorativo término del “Tío Tom” que hacía
referencia a la clase de negro excesivamente sumiso y nada reivindicativo.
Lejos de corresponderse con el personaje principal de la novela de Stowe, el
tío Tom era en realidad un héroe estoico, más cerca del mártir cristiano o de
lo que hoy entenderíamos por un defensor de la resistencia no violenta. En el
cine, este personaje ha sido utilizado en numerosas ocasiones, ya que desde el
mismo momento de su creación pasó a formar parte del imaginario colectivo americano.
La adaptación a la animación de Tex Avery en 1947 estaba lejos de ser una
reivindicación por los derechos de los negros, pero incluía otros valores como
la vivienda y el hogar digno sobre el dinero y el afán de lucro. Otro título, “Adiós
tío Tom” (1971), es un singular documental italiano sobre la esclavitud
en tiempos de la Guerra Civil que se alimenta de las líneas de la novela de
Stowe y de otros autobiógrafos negros. Las hipnóticas imágenes muestran la
compraventa de esclavos así como su abuso, físico, psíquico y sexual que
sirvieron y sirven de panfleto propagandístico. En una de sus escenas más
especialmente significativas se pone en
contraste la figura de un blanco gordo y sudoroso que manosea con sus aceitosas
manos un cargo de negros de piel tersa y de un color oscuro como el carbón. La
película es una crítica a las falsas construcciones sociales, muy en la línea
de Pasolini, en la cual no falta la sátira y el erotismo, elementos que, por
otro lado, eran impensables en tiempos de Stowe.
FILÓSOFOS Y
EXISTENCIALISTAS. LOS ROMÁNTICOS
De todos los románticos, Edgar Allan Poe es, sin duda, el
más adaptado de todos los escritores y poetas estadounidenses. Aparte de la
cinematografía de su país natal, los Estados Unidos, muchos otros países,
especialmente Reino Unido, no dejaron de ver a Poe como un recurrente pozo de
motivos e inspiración desde los comienzos del cine. Algunas de sus obras,
incluso, son adaptaciones libres cuya esencia se ve vagamente reflejada y
sencillamente un título, una cita o un símbolo ha servido de inspiración para
un metraje de 90 minutos. Este es el caso de Satanás (The Black Cat,
1934) o El Cuervo (The Raven, 1935) ambas protagonizadas por dos
colosos del cine de terror: Boris Karloff y Béla Lugosi. Otras obras, por otro
lado, han dado para cortos o mediometrajes extraordinarios y han sido
recopiladas en películas llamadas “de episodios”. Dos buenos ejemplos son Historias
de Terror (Tales of Terror, 1962) dirigida por Roger Corman, uno de los
grandes adaptadores del escritor estadounidense, y Obras Maestras del Terror (1969)
cuyo guión está firmado por el mismísimo Narciso Ibáñez Serrador que comparte,
además, un lugar en el reparto junto a su padre, Narciso Ibáñez Menta, ambos
dos importantes figuras del cine de terror nacional. Como añadidura, resulta
interesante la curiosa mezcolanza de grandes autores (Federico Felini, Louis
Maye y Roger Vadim) que colaboraron conjuntamente en la desigual película de
episodios sobre Poe, Historias Extraordinarias (1968).
Para completar esta suculenta variedad de adaptaciones, no puedo olvidarme de
los perversos cuentos convertidos en grandes largometrajes: El
péndulo de la muerte (The Pit and the Pendulum, 1961), La
máscara de la muerte roja (The Masque of the Red Death, 1964), ambas
dirigidas por Roger Corman, y la adaptación de La caída de la Casa Usher
de 1928 dirigida por Jean Epstein, un teórico y filósofo francés de origen
polaco que recogió en su adaptación lo más tenebroso del cine mudo y lo más
sombrío de sus sonidos.
*
Washington Irving fue otro escritor del romanticismo
norteamericano a que la literatura universal le debe largas crónicas y bellas
colecciones de relatos, muchos de ellos ambientados en Europa, como en el caso
de la colección “Cuentos de la Alhambra”. Ya desde joven Irving rompió sus
lazos con América y partió hacia la vieja Europa, donde desarrolló un amplio
imaginario que utilizó para escribir también sobre su propio país. Exótico y
orientalista, muchos de los cuentos de Irving son realmente oscuros, como es el
caso de La Leyenda de Sleepy Hollow, historia que llevó
primero Disney a la gran pantalla en 1949 y, cincuenta años más tarde, Tim
Burton en una de sus mejores producciones. Y pese a sustanciales diferencias en
cuanto al desarrollo de la trama y la edad a la que van dirigidas, ninguna de
las dos se libra del tenebroso estilo que permea el cuento de Irving, inspirado
en la novela gótica inglesa, la ambientación de la América colonial y el terror
que producía la superstición a los lectores de la época.
*
Moby Dick gana los sondeos de mejor novela norteamericana ex
aequo junto con El Gran Gatsby. Escrita por Herman Melville en 1851 con un tono
autobiográfico, esta obra cuenta con una docena de adaptaciones a la gran
pantalla, pero ninguna tan notable como la que dirigió John Huston en 1956,
exactamente 105 años después de su publicación.
Gregory Peck interpreta al capitán Ahab, un sombrío y
obsesivo personaje que ha consagrado su vida búsqueda y captura de una
misteriosa ballena blanca. Todo el halo de misterio y la carga de significados
que encierra la ballena están perfectamente representados en esta película. La
sed de venganza es como la sed por comprender lo incomprensible, dominar lo
indomable o, en resumen, desvelar una divinidad. Toda la historia de
conquistas, celebraciones y excesos que han colocado y siguen colocando a
América como una nación de hierro fueron a chocar con la aparición de esta
historia, que narra con perfecto pulso, tanto en palabra como en imagen, las
limitaciones del ser humano.
En el polo opuesto, Walt Whitman, aclamadísimo poeta
norteamericano, filósofo y humanista, representante del movimiento
trascendentalista, luchó por renovar los valores más puros de lo que él
consideraba una gran nación. La aclamadísima serie de televisión Breaking Bad se
inspiró en el nombre del autor para bautizar a su protagonista, Walter White.
Su obra poética, recogida en el tomo “Leaves of Grass” se dejó ver en varios
capítulos de la serie de forma significativa.
REALISMO Y
NATURALISMO. HACIA LA NOVELA DEL SIGLO XX
El clásico género de la picaresca, que había surgido en España
en el S. XVI propiciado por una sociedad en ebullición tras el descubrimiento
de América y la expansión del reino peninsular, traspasó muros y fronteras y
llegó también hasta el nuevo mundo. Escenarios y situaciones sociales
completamente diferentes dan como resultado novelas (y películas) con un sabor
distinto, pero con singulares y parecidos personajes. Lazarillo y Huck Finn
tienen mucho que ver: ambos son jóvenes despojos de su propia sociedad, pero
cada una de estas sociedades es bien distinta.
Así, en el clásico cuento de Henry James, Daisy Miller, se
contrastan ambas sociedades: americana y europea, una inocente rallando en lo
ingenuo y la segunda adulterizada y corrupta.
Pero mientras que en
Europa gozamos de grandiosas adaptaciones del género tan pictónico como es el
realismo y el naturalismo (véase el realismo mágico o el neorrealismo italiano
que salpicó a varios países, entre otros, España, en manos de Juan Antonio
Bardem, su máximo exponente) en América pobres son las adaptaciones de grandes
personajes como Daisy Miller, Tom Sawyer o Huckleberry Finn. Numerosas pero
pobres. Y aún habría que esperar al siglo XX para encontrar obras literarias
realistas que diesen grandes frutos en el cine a posteriori. Al Este del Edén,
Las Uvas de la Ira (ambas adaptaciones de Steinbeck) o La Última Película
(adaptación de Larry McMurtry) son clarísimos ejemplos
Resulta curioso que una obra tan leída como Las
Aventuras de Huckleberry Finn haya dado lugar a adaptaciones tan pobres
y, ninguna, digna de ser mencionada aquí.
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