El Último, de F.W. Murnau, está
considerada por muchos la obra definitiva del cine mudo ya que sin apenas
entretítulos (solo un breve y necesario prólogo) consigue contar una historia
tan bien llevada por la imagen que hizo de la palabra algo completamente
prescindible.
En
este sentido, Murnau fue un visionario en dos aspectos; uno, la forma: como ya
hemos explicado, zénit del expresionismo. La cámara explota muy bien los
movimientos y los planos, siendo la artífice más directa de la fluidez narrativa
de la obra. Y dos, el contenido: la historia que cuenta, simple pero directa, es
una fábula sobre las miserias del capitalismo donde un bondadoso portero de
hotel, orgulloso de su trabajo, acaba por perder su puesto tras hacerse notar
ya demasiado viejo para cargar maletas.
Aquí
es donde estalla la sublime crítica al mundo capitalista: Murnau es consciente
de cómo el propio sistema se encarga de ir relegando al género humano al el último
puesto de la cadena de producción. Todo el contenido de la película se
“spoilea” al comienzo de la misma con una soberbia reflexión que esconde un contundente mensaje dirigido tanto al último… como al primero:
Hoy eres tú el primero, admirado por todos,
un ministro, un general, quizás incluso un príncipe. Pero ¿sabes lo que serás
mañana?
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