DE LA LITERATURA AL CINE
Frankenstein
es una de las obras cumbre de la literatura gótica inglesa, y también es una de
las más estudiadas y adaptadas. En sus diversos enfoques ha demostrado su
profundidad la cual ha traspasado años, escenarios, temas y
personajes.
En la
historia que nos ocupa, Víctor Frankenstein es un científico que desafía a toda
convención natural y crea él solo (y simbólicamente sin una figura femenina) a
un ser viviente uniendo distintos trozos de cadáveres humanos. Hombre de
ciencias y de la ilustración (época en la que se escribió y publicó el libro) Víctor
recibe un duro golpe a su orgullo cuando se percata de lo horrendo de su creación;
es entonces cuando lo desprecia sin medir bien las consecuencias de tal acto. Pero
ya es demasiado tarde: el monstruo ha sido creado y, como todo ser humano, va
adquiriendo cualidades humanas como la necesidad de vivir en sociedad y
sentimientos como el cariño y la amistad. Finalmente, en su mensaje irónico y
cruel, el desprecio que encuentra en la sociedad hace que se nutra de otros
sentimientos igualmente humanos como el odio o la venganza.
Y es así
cómo sintiéndose solitario en un mundo que le da la espalda comete el más
horrendo de los crímenes: matar a un niño.
Aún así el monstruo
logra hablar con su creador y, dirigiéndose a él desde la razón, hace que éste
y todos los lectores sientan momentáneamente compasión por él. Aquél que no
tiene nombre, cuya creación ha sido en sí una violación de toda norma natural,
se defiende diciendo que él al principio era bueno, pero fue la sociedad la que
le empujó al mal.
Esta escena
ha sido revisada por cineastas en multitud de ocasiones. El monstruo no es
malo, la sociedad lo es, que ha sido la que lo ha creado y la que, después de
todo, lo ha repudiado. Esto no solo ocurría en la sociedad de Shelley sino que,
además, se ha ido perpetuando con el tiempo hasta nuestros días, y el cine sigue
recogiendo el mensaje aún actualizado de la escritora inglesa.
APOLOGÍA DEL MONSTRUO: “M”
En 1931 otro
visionario europeo (esta vez alemán) creó una de las obras cumbre del recién
nacido cine sonoro que se adelantaría a todo acontecimiento científico. En su
película M, el vampiro de Düsseldorf, Fritz Lang seguía los pasos
de otro monstruo: el de un asesino de niñas al cual la policía busca
desesperadamente. Como no se conoce su nombre (como en el caso de Frankenstein)
se le llama de muchas formas (monstruo, criminal, diablo…) y finalmente se le
etiqueta con una “M” de “Mörder” (Asesino). El asesino es mudo durante toda la
película pero, al fin, como la criatura de Shelley, consigue defenderse ante un
tribunal utilizando unas palabras hasta la fecha inauditas: en el tiempo en el
que se estrenó la cinta la ciencia aún no había avanzado lo suficiente para declarar
a un criminal “enfermo mental”, y esas son precisamente las palabras que él
utiliza para exculparse entre una multitud que espera impaciente para
lincharlo.
Peter Lorre,
estupendo en el papel que le serviría de trampolín para su carrera, solo
consigue articular unas pocas palabras entre sollozo y sollozo de
desesperación: “tengo que circular por
las calles, huyendo continuamente, hay alguien que me persigue… ¡Y soy yo mismo,
me persigo! Quiero escapar de mí mismo”. Retomando la novela de Shelley,
Victor persigue a Frankenstein por los fríos y recónditos parajes del polo
norte. Allí se recrea una curiosa lectura alegórica de la novela: creador y
criatura se persiguen, pero son la misma persona: Víctor no solo ha viajado
tras la criatura, sino también en busca de sí mismo. De este modo, sus destinos
y sus muertes están ligadas y son paralelas y, curiosamente, sus nombres se
confundirían con el paso del tiempo: Frankenstein ¿creador o ser creado? Esta
historia de desdoblamiento de la identidad no es original, ni muchísimo menos,
en la historia de la literatura, pero inyecta a la novela de Shelley y a la
película de Lang un toque de locura que, en el segundo caso, se atribuye a la
enfermedad del criminal y, en el primero, a su ansia megalómana por entender el
orden de la naturaleza.
MONSTRUOS Y CUENTOS DE HADAS: “EL
CEBO”
Así, esta
historia de un asesino en serie visto desde los ojos inocentes de una niña, enmascara
con ternura y humanismo lo que en realidad es una historia terrible, tal y como
ocurría en la novela de Mary Shelley.
LA FEALDAD DEL MONSTRUO, EL RECHAZO DEL
HOMBRE: “FREAKS”
Otra
temprana lectura cinematográfica de Frankenstein llevada a cabo por un director
de otros clásicos del terror, como Drácula
(1931):
Las
siniestras deformidades de los protagonistas de Freaks, la parada de los monstruos (Tod Browning, 1932) son
cruciales para entender la enseñanza en clave alegórica que encierra la
película: la bella (Cleopatra) es aceptada por los habitantes deformes del
circo (los monstruos), que resultan ser seres sociales y amistosos. Sin embargo
es el rechazo, la aversión y la humillación que profiere Cleopatra hacia ellos
lo que los vuelve crueles y salvajes, precipitando así el monstruoso final en
forma de justicia poética: Cleopatra es convertida en “uno de ellos”,
exteriorizándose literalmente su verdadero y monstruoso interior.
EL MONSTRUO Y LA SOCIEDAD: “EL
ESPÍRITU DE LA COLMENA”
Y para
terminar, uno de los acercamientos más poderosos y alegóricos a la simbología
de la criatura que se ha llevado a la gran pantalla viene de manos de uno de
los mejores directores de la historia del cine español: Víctor Érice.
En una época
de profundos cambios (el fin de la guerra civil española) en una tierra árida y
lánguida comienza a verse cómo se ha fraguado ya el engranaje hexagonal y
perfectamente encajado de una sociedad a la que metafóricamente se compara con
una colmena.
Se trata de
una preciosa y pausada parábola sobre el bien y el mal, lo real y lo imaginado
o, como sugiere la música que la acompaña, la verdad y la mentira (“ahora que vamos despacio…”). Todo ello
relacionado con el marco histórico: el triunfo del franquismo y de su nueva
sociedad en la que todo aquel que no encaja, ha de ser eliminado.
Tras las
hexagonales ventanas de la casa, junto con ese tono amarillo miel, se encuentra
la familia protagonista. En ella, Ana, turbada por las imágenes de la película Frankenstein (1931) que acaba de ver en
el cine junto a su hermana, comienza a preguntarse sobre diversos temas que la
sociedad convertiría en tabúes. Así, como las niñas de El Cebo, dará con un
peligroso criminal (cuyo “crimen”, en este caso, se desconoce), y se sentirá
atraída por la magia que éste le ofrece, como la niña de la película se siente
atraída por Frankenstein que, por su inocencia, aún no ve lo que la sociedad (o
la colmena) en él proyecta.
Un elemento
clave a la hora de entender la película son los ojos que Ana coloca
alegóricamente sobre el cuerpo hecho de retales (¿Frankenstein?) que hay en la
escuela. El recurso de la multitud de puntos de vista, explorado en la película
de Érice, está insertado en el corazón mismo del mito de la criatura.
El monstruo
es un misterio. Su visión cambia en función de quién lo ve, por ello se dice
que es el reflejo mismo sociedad o del individuo, que proyecta en la criatura
su retorcido mundo interior. Otro gran relato de la historia de la literatura
exploraría esto: la humanidad, creadora y perseguidora de monstruos: Moby Dick.
Pero esta ya es otra historia…
1 comentario:
Vaya, vaya, ¿así que conoces El Cebo? Habrá que aprobarte de una vez por todas, jaaaaa.
Estoy en la playa. Voy a AB el jueves ¿nos vemos el viernes?
Paco L
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