La balada de Narayama, ganadora de la Palma de Oro en el
Festival de Cine de Cannes en 1983 es una película que va desde el realismo
social a la fantasía y la mitología de las culturas orientales. De hecho, más
que como un drama social, la película empieza como un cuento: la cámara recorre
los paisajes helados que rodean el Narayama: el personaje silente de esta obra maestra
del cine japonés.
La historia gira en torno a una canción que cuenta que en la
cumbre del Narayama los dioses se aparecen cuando nieva para llevarse con ellos
a los ancianos que allí son abandonados por sus propios hijos para tal fin. Una
antigua y fuerte tradición sostiene que, cuando los viejos van perdiendo los
dientes, estos han de ser llevados por sus propios hijos a lo alto del Narayama
para que el dios de la montaña, a quien veneran, se los lleve.
Este inocente aunque cruel relato se combina en la película
con un realismo patente: una sociedad sustentada en economías muy precarias,
donde una boca más que alimentar desequilibraría la frágil estructura de
planificación familiar a la cual están sujetos cada uno de los personajes de
este relato. No obstante, la doble moral de esto se manifiesta enseguida en la
cinta de Imamura con las múltiples escenas en las que los personajes fornican
unos con otros, o en una en la que encuentran a un recién nacido muerto,
abandonado junto a un arrozal.
.
En medio de este debate moral se encuentra Orin, la
matriarca de una familia cuyo día a día se narra durante la primera mitad de
esta película. Habiendo cumplido los 69 años, ésta siente vergüenza por su
salud de hierro. El personaje de Orín es fundamental para comprender la
problemática de una sociedad en la que la planificación familiar es crucial:
mientras los hermanos discuten sobre quién de ellos ha de tener hijos, la
anciana sufre en silencio pues, con ella, sus hijos aún tardarán en traer más
descendientes.
Para acelerar su simbólico ascenso a las cumbres heladas del
Narayama, Orin se parte los dientes contra una piedra. Su misión es clara:
dejar lugar a las nuevas generaciones.
La sociedad que en esta película narra es compleja y la
moral oscura y adulterada. Todo se rige, como se muestra, no solo por la necesidad
y el instinto de supervivencia, sino por los ritos, los cultos, las creencias y
las supersticiones, lo que otorga a la cinta un nivel aún más grande de
tensión. La sociedad aquí es patriarcal y de descendencia directa masculina,
con lo cual muchas mujeres sobran y algunos bebés son asesinados o abandonados
a su suerte.
Por otro lado, la planificación familiar parece haber calado hondo
en la mayoría de los personajes, que son conscientes de su responsabilidad, aunque
muchos de ellos se dejan llevar por sus instintos manteniendo relaciones
sexuales de forma continua, como la película demuestra de forma explícita en
repetidas escenas. Además, dicha planificación resulta innatural y artificiosa,
dando lugar a disputas entre hermanos por ver quién debe tener hijos, guerras y
ajustes de cuentas entre diversas casas, etc.
Además, el aislamiento de la sociedad en la naturaleza hace
que las familias parezcan gente primitiva y salvaje. El director se nutre aquí
de paralelismos con la vida de los animales que allí viven para mostrar la
cercanía de esos dos mundos, a veces solo distinguiéndose por valores como la
dignidad y la humildad. Aún así la lejanía con todo tipo de sociedad civilizada
hace que se dé carta blanca a la violencia y el asesinato así como al abandono
de bebés y de los miembros más débiles de la familia como medida preventiva
para los problemas también primitivos que sufren las familias: hambrunas y
pobreza.
En el último cuarto de película se produce un cambio radical
en la narrativa del film: aquí dejamos atrás todo lo que habíamos visto y
debatido y nos disponemos a emprender el ascenso con el hijo y la madre a las
cumbres de la montaña.
La película, que ya nos había presentado la ascensión como
un rito, nos va a hacer partícipes de dicho evento. Aquí los dos protagonistas
están en el punto de mira: sus sacrificios y la forma de enfrentarse a lo
inevitable.
Imamura, presentando la degradación de unos personajes así
como la bondad y la candidez de otros, se desmarca del terreno y queda como un
mero narrador de un cuento frío, extraño y fascinante. El director rechaza todo
deseo de explicar metáforas o posicionarse con los personajes. Se mantiene
alejado, como todos nosotros. Pero es el temple narrativo y los personajes
quienes harán que nos sumerjamos en una película de temática profunda.
La Balada De Narayama hizo con la Palma de Oro en el
festival de Cannes de 1983 y se trata de un remake de una cinta igualmente
destacable de 1958 de Keisuke Kinoshita.
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