Cuando Johannes, hijo del anciano Morten, sale a dar su sermón de la montaña, sus dos hermanos lo contemplan resignados. Johannes se nos muestra, según la mirada y palabra de su familia, como un hombre infeliz, que perdió el juicio a causa de sus estudios en Teología.
El discurso del filme continúa tal cual hasta que Inger, esposa de Mikkel, otro de los hermanos, y curiosamente la persona más feliz de toda la familia, cae enferma y fallece poco después.
En dicha situación la familia Borgen, sin embargo, creerá más al doctor, un hombre de ciencia, que a Johannes, un hombre de fe que predice la resurrección de la mujer. Solo una persona depositará toda su fe en él: la pequeña Maren, hija de Inger.
El rechazo de la familia hará huir al supuesto profeta, pero la inocencia o la inocente creencia de la niña le hará volver para perpetrar el milagro.
Entonces, todos los allí presentes, incrédulos, cambiarán la expresión de sus rostros. Ha ocurrido un milagro. Todos, menos una: Maren. La niña mira a su madre como si ya se lo esperase y luego a su tío, buscando la complicidad. El milagro ya se ha cumplido. Como lo esperaba.
En el discurso de Dreyer, la fe, el amor y la candidez son transmitidos por la inocencia de una niña y la demencia de un loco. El milagro nace, no obstante, precioso, ante la mirada de una supuesta familia religiosa que no sale de su propio asombro.
CAPÍTULO 2. BERGMAN:
Berman siempre se sintió atraído por
Sus películas, especialmente esas etiquetadas como “Medievales” ofrecen una visión similar a sus otras películas pero con un discurso mucho más sencillo y, así, accesible a todo el público.
El Manantial de
Berman demuestra aquí un increíble pulso, pues no es fácil narrar una historia tan terrible como si estuviese destinada a los niños. Es probablemente esa inocencia, ese candor lo que hacen que se precipite al milagro final.
Lo puro se junta con lo impuro. Lo puro vuelve a la tierra, y de ella emana un manantial, como si de una quintaesencia se tratase.
CAPÍTULO 3. TARKOVSKI: EL SACRIFICIO COMO DESENCADENANTE DEL MILAGRO.
La vida de Tarkovski siempre estuvo subrayada por energías invisibles que hicieron de ella un mito. Se podría decir que su vida y su obra fueron siempre cogidas de la mano, pues ambas bebían la una de la otra.
La obra de un poeta irrepetible estuvo cargada de restos de sus “vidas anteriores” como si del karma se tratase. La casa que en Sacrificio se quema, la madre de Iván,
Siempre hay una búsqueda, una nostalgia por el tiempo pasado. En cuanto al futuro, todo es gris.
En este contexto surge el milagro. Cuando la pérdida acecha, solo algo nos puede servir de redención: un sacrificio. ¿Pero quién o qué desencadena dicho oficio? En este caso no es un acto de fe e inocencia, como en
En los albores de
Curiosamente, en la película de Tarkovski, la religiosidad no es la piedra angular en torno a la cual se construye el milagro, sino una ambigüedad entre la lectura religiosa (el Sacrificio es aceptado por la divinidad), la lectura pagana (María, la bruja, detiene la catástrofe) y la lectura escéptica (todo ha sido la imaginación de una mente enferma, la de Alexander).
La inocencia, pues, juega un último papel fundamental en la realización del milagro (si es que lo hubiese) o, de lo contrario, en la creencia ingenua de un cuento chino.
Un “niño” (Alexander) se cae de la bici mientras “vacila” en su camino. Finalmente cae de la bici, y es atendido por María, la bruja, que lo acuna, lo cura y, finalmente, lo despoja de sus ropas y le hace el amor.
El Sacrificio se ha cumplido y, de nuevo, como ocurría en la obra de Bergman (ambos directores se admiraban mutuamente) es la inocencia la que desencadena el milagro.
En una última escena, probablemente perteneciente a la primera lectura de la película, la lectura en clave religiosa, el niño yace tumbado bajo un árbol. Mira hacia el cielo y pregunta ¿Por qué, papá? Al igual que Jesús en la cruz poco antes de morir, sin obtener respuesta divina tampoco y sin comprender por momentos el sentido de su propio Sacrificio.
Pero en Sacrificio la respuesta de Tarkovski en su dedicatoria final es clara:
“Para mi hijo, con fe”
CAPÍTULO 4. NUEVO TESTAMENTO. OTROS MILAGROS
No muchos milagros ocurren todos los días. Mesías aún vemos a menos.
Aún así, las pantallas del cine actual han sido testigos de pequeños prodigios aislados e intentos de emular milagros anteriores.
Quizás uno de los que merezca especial atención sea Luz Silenciosa (2007) de Carlos Reygadas.
Su cinta es una especie de drama rural, en el que un pueblo de Menonitas del estado de Chihuahua, México, asiste a un milagro contemporáneo.
El pueblo, sumergido en una profunda tradición religiosa, queda atónito y muestra una mueca de incredulidad ante el despertar de uno de sus vecinos.
Con una cámara contemplativa, casi hipnótica, Reygadas se convierte en un Mesias contemporáneo, trovador del legado de Dreyer en
¿Quién necesita un milagro, en un tiempo donde la mente está saturada de fe?
1 comentario:
De momento sólo he tenido el placer de ver Solaris. Y me atrapó.
Según parece ese aire pesimista-nostálgico está en muchas de sus películas. Seguiré, seguiré con Tarkovski =)
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