viernes, 15 de abril de 2011

Dreyer, Bergman y Tarkovski: Hombres que filmaron Milagros




La fe forma parte de nuestra vida cotidiana. Seamos o no seamos religiosos, todos nos hemos visto empujados a "creer" alguna vez en nuestra vida. Alguna otra hemos podido ser testigos de fenómenos que no podemos explicar. Dreyer, Berman y Tarkovksi fueron genios del cine, y genios en filmar cosas que, físicamente, en las pantallas, no pudimos ver, pero si sentir.



La de hoy no es una entrada religiosa, sino más bien espiritual. Cosas que no se pueden ver, pero si sentir, y un homenaje súmamente personal a tres de los pilares del cine y el arte en el Siglo SXX.





CAPÍTULO 1. DREYER: LA INOCENCIA COMO INSTRUMENTO PARA EL MILAGRODreyer jugó muy sabiamente en sus películas, como más tarde lo harían Bergman y Tarkovski, con la delgada línea que separa lo sagrado de lo pagano. Sus películas están llenas de fe, pero también de repudio a la religión.


La Palabra es, sin duda, uno de los tres pilares maestros de su filmografía. Sencilla y austera, en ella se narran los sucesos que acontecieron durante dos días a los Borgen, una familia tradicional de sentimientos profundamente religiosos, y controlada por el patriarca Morten Borgen.


Cuando Johannes, hijo del anciano Morten, sale a dar su sermón de la montaña, sus dos hermanos lo contemplan resignados. Johannes se nos muestra, según la mirada y palabra de su familia, como un hombre infeliz, que perdió el juicio a causa de sus estudios en Teología.



El discurso del filme continúa tal cual hasta que Inger, esposa de Mikkel, otro de los hermanos, y curiosamente la persona más feliz de toda la familia, cae enferma y fallece poco después.


En dicha situación la familia Borgen, sin embargo, creerá más al doctor, un hombre de ciencia, que a Johannes, un hombre de fe que predice la resurrección de la mujer. Solo una persona depositará toda su fe en él: la pequeña Maren, hija de Inger.



El rechazo de la familia hará huir al supuesto profeta, pero la inocencia o la inocente creencia de la niña le hará volver para perpetrar el milagro.



Entonces, todos los allí presentes, incrédulos, cambiarán la expresión de sus rostros. Ha ocurrido un milagro. Todos, menos una: Maren. La niña mira a su madre como si ya se lo esperase y luego a su tío, buscando la complicidad. El milagro ya se ha cumplido. Como lo esperaba.




En el discurso de Dreyer, la fe, el amor y la candidez son transmitidos por la inocencia de una niña y la demencia de un loco. El milagro nace, no obstante, precioso, ante la mirada de una supuesta familia religiosa que no sale de su propio asombro.





CAPÍTULO 2. BERGMAN: LA PUREZA COMO FUENTE DEL MILAGRO



Berman siempre se sintió atraído por la Edad Media. Probablemente por películas como El séptimo sello el cineasta sueco se conoce más de lo que pensamos, y habita en la iconografía de nuestro cine de una manera especial.



Sus películas, especialmente esas etiquetadas como “Medievales” ofrecen una visión similar a sus otras películas pero con un discurso mucho más sencillo y, así, accesible a todo el público.


El Manantial de la Doncella es un como cuento que bien podría haber salido de la narrativa tradicional, al contar con muchos de los elementos de ésta: una doncella de la edad media emprende un viaje por el bosque alentada por su padre, un rey, para ir a hacer una ofrenda al altar de la Virgen. Acompañada por otra dama que la desprecia en secreto, en su camino por el bosque se encontrará con unos pastores que la invitarán a comer con ella.



Berman demuestra aquí un increíble pulso, pues no es fácil narrar una historia tan terrible como si estuviese destinada a los niños. Es probablemente esa inocencia, ese candor lo que hacen que se precipite al milagro final.



Lo puro se junta con lo impuro. Lo puro vuelve a la tierra, y de ella emana un manantial, como si de una quintaesencia se tratase.





CAPÍTULO 3. TARKOVSKI: EL SACRIFICIO COMO DESENCADENANTE DEL MILAGRO. LA FIGURA DEL MESIAS.



La vida de Tarkovski siempre estuvo subrayada por energías invisibles que hicieron de ella un mito. Se podría decir que su vida y su obra fueron siempre cogidas de la mano, pues ambas bebían la una de la otra.



La obra de un poeta irrepetible estuvo cargada de restos de sus “vidas anteriores” como si del karma se tratase. La casa que en Sacrificio se quema, la madre de Iván, la Tierra “repetida” en el espacio exterior… todas ellas bien podrían ser su patria, olvidada en el pasado, tras el exilio, y quizás también destruida.



Siempre hay una búsqueda, una nostalgia por el tiempo pasado. En cuanto al futuro, todo es gris.




En este contexto surge el milagro. Cuando la pérdida acecha, solo algo nos puede servir de redención: un sacrificio. ¿Pero quién o qué desencadena dicho oficio? En este caso no es un acto de fe e inocencia, como en La Palabra, no es la pureza, como en El manantial de la Doncella, sino todo lo contrario: un acto impuro; y la persona que lo causa es el Mesías.



En los albores de la Tercera Guerra Mundial, a Alexander se le ofrece la posibilidad de detener la destrucción acostándose con María, criada y supuesta bruja.



Curiosamente, en la película de Tarkovski, la religiosidad no es la piedra angular en torno a la cual se construye el milagro, sino una ambigüedad entre la lectura religiosa (el Sacrificio es aceptado por la divinidad), la lectura pagana (María, la bruja, detiene la catástrofe) y la lectura escéptica (todo ha sido la imaginación de una mente enferma, la de Alexander).




La inocencia, pues, juega un último papel fundamental en la realización del milagro (si es que lo hubiese) o, de lo contrario, en la creencia ingenua de un cuento chino.


Un “niño” (Alexander) se cae de la bici mientras “vacila” en su camino. Finalmente cae de la bici, y es atendido por María, la bruja, que lo acuna, lo cura y, finalmente, lo despoja de sus ropas y le hace el amor.


El Sacrificio se ha cumplido y, de nuevo, como ocurría en la obra de Bergman (ambos directores se admiraban mutuamente) es la inocencia la que desencadena el milagro.



En una última escena, probablemente perteneciente a la primera lectura de la película, la lectura en clave religiosa, el niño yace tumbado bajo un árbol. Mira hacia el cielo y pregunta ¿Por qué, papá? Al igual que Jesús en la cruz poco antes de morir, sin obtener respuesta divina tampoco y sin comprender por momentos el sentido de su propio Sacrificio.



Pero en Sacrificio la respuesta de Tarkovski en su dedicatoria final es clara:



“Para mi hijo, con fe”




CAPÍTULO 4. NUEVO TESTAMENTO. OTROS MILAGROS



No muchos milagros ocurren todos los días. Mesías aún vemos a menos.


Aún así, las pantallas del cine actual han sido testigos de pequeños prodigios aislados e intentos de emular milagros anteriores.



Quizás uno de los que merezca especial atención sea Luz Silenciosa (2007) de Carlos Reygadas.



Su cinta es una especie de drama rural, en el que un pueblo de Menonitas del estado de Chihuahua, México, asiste a un milagro contemporáneo.


El pueblo, sumergido en una profunda tradición religiosa, queda atónito y muestra una mueca de incredulidad ante el despertar de uno de sus vecinos.



Con una cámara contemplativa, casi hipnótica, Reygadas se convierte en un Mesias contemporáneo, trovador del legado de Dreyer en La Palabra, y casi antropólogo y naturista en su descripción visual del medio. Nadie es perfecto, ni siquiera cuando adoramos y emulamos a lo divino.



¿Quién necesita un milagro, en un tiempo donde la mente está saturada de fe?

1 comentario:

Hari v3 dijo...

De momento sólo he tenido el placer de ver Solaris. Y me atrapó.
Según parece ese aire pesimista-nostálgico está en muchas de sus películas. Seguiré, seguiré con Tarkovski =)