jueves, 14 de marzo de 2013

Sympathy for the creature


DE LA LITERATURA AL CINE

Frankenstein es una de las obras cumbre de la literatura gótica inglesa, y también es una de las más estudiadas y adaptadas. En sus diversos enfoques ha demostrado su profundidad la cual ha traspasado años, escenarios, temas y personajes.


En la historia que nos ocupa, Víctor Frankenstein es un científico que desafía a toda convención natural y crea él solo (y simbólicamente sin una figura femenina) a un ser viviente uniendo distintos trozos de cadáveres humanos. Hombre de ciencias y de la ilustración (época en la que se escribió y publicó el libro) Víctor recibe un duro golpe a su orgullo cuando se percata de lo horrendo de su creación; es entonces cuando lo desprecia sin medir bien las consecuencias de tal acto. Pero ya es demasiado tarde: el monstruo ha sido creado y, como todo ser humano, va adquiriendo cualidades humanas como la necesidad de vivir en sociedad y sentimientos como el cariño y la amistad. Finalmente, en su mensaje irónico y cruel, el desprecio que encuentra en la sociedad hace que se nutra de otros sentimientos igualmente humanos como el odio o la venganza.

Y es así cómo sintiéndose solitario en un mundo que le da la espalda comete el más horrendo de los crímenes: matar a un niño.

Aún así el monstruo logra hablar con su creador y, dirigiéndose a él desde la razón, hace que éste y todos los lectores sientan momentáneamente compasión por él. Aquél que no tiene nombre, cuya creación ha sido en sí una violación de toda norma natural, se defiende diciendo que él al principio era bueno, pero fue la sociedad la que le empujó al mal.

Esta escena ha sido revisada por cineastas en multitud de ocasiones. El monstruo no es malo, la sociedad lo es, que ha sido la que lo ha creado y la que, después de todo, lo ha repudiado. Esto no solo ocurría en la sociedad de Shelley sino que, además, se ha ido perpetuando con el tiempo hasta nuestros días, y el cine sigue recogiendo el mensaje aún actualizado de la escritora inglesa.


APOLOGÍA DEL MONSTRUO: “M”

En 1931 otro visionario europeo (esta vez alemán) creó una de las obras cumbre del recién nacido cine sonoro que se adelantaría a todo acontecimiento científico. En su película M, el vampiro de Düsseldorf, Fritz Lang seguía los pasos de otro monstruo: el de un asesino de niñas al cual la policía busca desesperadamente. Como no se conoce su nombre (como en el caso de Frankenstein) se le llama de muchas formas (monstruo, criminal, diablo…) y finalmente se le etiqueta con una “M” de “Mörder” (Asesino). El asesino es mudo durante toda la película pero, al fin, como la criatura de Shelley, consigue defenderse ante un tribunal utilizando unas palabras hasta la fecha inauditas: en el tiempo en el que se estrenó la cinta la ciencia aún no había avanzado lo suficiente para declarar a un criminal “enfermo mental”, y esas son precisamente las palabras que él utiliza para exculparse entre una multitud que espera impaciente para lincharlo.

Peter Lorre, estupendo en el papel que le serviría de trampolín para su carrera, solo consigue articular unas pocas palabras entre sollozo y sollozo de desesperación: “tengo que circular por las calles, huyendo continuamente, hay alguien que me persigue… ¡Y soy yo mismo, me persigo! Quiero escapar de mí mismo”. Retomando la novela de Shelley, Victor persigue a Frankenstein por los fríos y recónditos parajes del polo norte. Allí se recrea una curiosa lectura alegórica de la novela: creador y criatura se persiguen, pero son la misma persona: Víctor no solo ha viajado tras la criatura, sino también en busca de sí mismo. De este modo, sus destinos y sus muertes están ligadas y son paralelas y, curiosamente, sus nombres se confundirían con el paso del tiempo: Frankenstein ¿creador o ser creado? Esta historia de desdoblamiento de la identidad no es original, ni muchísimo menos, en la historia de la literatura, pero inyecta a la novela de Shelley y a la película de Lang un toque de locura que, en el segundo caso, se atribuye a la enfermedad del criminal y, en el primero, a su ansia megalómana por entender el orden de la naturaleza.


MONSTRUOS Y CUENTOS DE HADAS: “EL CEBO”

Pasaron más de 25 años hasta que el internacional Ladislao Vajda diese a conocer una de las co-producciones españolas más interesantes e injustamente olvidadas de nuestra historia: El cebo (1958). Muy semejante en su concepción a M, esta película sigue los pasos de un misterioso asesino de niños que tiene un curioso parecido con el personaje de Norman Bates en Psicosis: un hombre de mediana edad que vive bajo el yugo de su cruel madre. En esta inquietante relectura del mito de Frankenstein, la criatura también carece de nombre y su identidad solo se va desvelando a través del dibujo de una niña que lo ha visto, en un encuentro similar a la clásica escena de la novela de Shelley y de la película homónima de 1931. Las metáforas que van surgiendo en torno al dibujo ofrecen a la película un sabor a “cuento de hadas” ya que la niña no ve en la peligrosa figura a un monstruo, como la sociedad acusa, sino un “gigante” que le regala “erizos” y hace magia.

Así, esta historia de un asesino en serie visto desde los ojos inocentes de una niña, enmascara con ternura y humanismo lo que en realidad es una historia terrible, tal y como ocurría en la novela de Mary Shelley.


 LA FEALDAD DEL MONSTRUO, EL RECHAZO DEL HOMBRE: “FREAKS”

Otra temprana lectura cinematográfica de Frankenstein llevada a cabo por un director de otros clásicos del terror, como Drácula (1931):


Las siniestras deformidades de los protagonistas de Freaks, la parada de los monstruos (Tod Browning, 1932) son cruciales para entender la enseñanza en clave alegórica que encierra la película: la bella (Cleopatra) es aceptada por los habitantes deformes del circo (los monstruos), que resultan ser seres sociales y amistosos. Sin embargo es el rechazo, la aversión y la humillación que profiere Cleopatra hacia ellos lo que los vuelve crueles y salvajes, precipitando así el monstruoso final en forma de justicia poética: Cleopatra es convertida en “uno de ellos”, exteriorizándose literalmente su verdadero y monstruoso interior.


EL MONSTRUO Y LA SOCIEDAD: “EL ESPÍRITU DE LA COLMENA”

Y para terminar, uno de los acercamientos más poderosos y alegóricos a la simbología de la criatura que se ha llevado a la gran pantalla viene de manos de uno de los mejores directores de la historia del cine español: Víctor Érice.

En una época de profundos cambios (el fin de la guerra civil española) en una tierra árida y lánguida comienza a verse cómo se ha fraguado ya el engranaje hexagonal y perfectamente encajado de una sociedad a la que metafóricamente se compara con una colmena.

Se trata de una preciosa y pausada parábola sobre el bien y el mal, lo real y lo imaginado o, como sugiere la música que la acompaña, la verdad y la mentira (“ahora que vamos despacio…”). Todo ello relacionado con el marco histórico: el triunfo del franquismo y de su nueva sociedad en la que todo aquel que no encaja, ha de ser eliminado.

Tras las hexagonales ventanas de la casa, junto con ese tono amarillo miel, se encuentra la familia protagonista. En ella, Ana, turbada por las imágenes de la película Frankenstein (1931) que acaba de ver en el cine junto a su hermana, comienza a preguntarse sobre diversos temas que la sociedad convertiría en tabúes. Así, como las niñas de El Cebo, dará con un peligroso criminal (cuyo “crimen”, en este caso, se desconoce), y se sentirá atraída por la magia que éste le ofrece, como la niña de la película se siente atraída por Frankenstein que, por su inocencia, aún no ve lo que la sociedad (o la colmena) en él proyecta.

Un elemento clave a la hora de entender la película son los ojos que Ana coloca alegóricamente sobre el cuerpo hecho de retales (¿Frankenstein?) que hay en la escuela. El recurso de la multitud de puntos de vista, explorado en la película de Érice, está insertado en el corazón mismo del mito de la criatura.


El monstruo es un misterio. Su visión cambia en función de quién lo ve, por ello se dice que es el reflejo mismo sociedad o del individuo, que proyecta en la criatura su retorcido mundo interior. Otro gran relato de la historia de la literatura exploraría esto: la humanidad, creadora y perseguidora de monstruos: Moby Dick. Pero esta ya es otra historia…