jueves, 15 de noviembre de 2012

El caso Almería y El crímen de Cuenca

Algunas de las películas más conflictivas de los primeros años de la democracia en España fueron estas dos cintas de aspecto austero y realista. Ya en su día, cada uno de los dos casos dieron que hablar en la sociedad y durante su estreno y después fueron criticadas por algunos sectores.

Lo extraordinario de estas obras residen no solo en el delicado tema que tratan (la brutalidad policial, el abuso de poder y la sed de venganza) sino que, además, fueron casos reales.

Tratando los mismos temas, cada una de las películas cuenta con un acercamiento diferente. Empezando por la fotografía. Mientras que El caso Almería tiene con una dirección artística y una fotografía más propia de una barata producción televisiva (pese al notable reparto), El crimen de Cuenca hace gala de una plasticidad más propia de lo que pretende contar: una caso que se convirtió en leyenda, en cuento viejo que corría de pueblo en pueblo y que se contaba para ponerle los pelos de punta a quien quisiese escuchar.


Por otro lado, El caso Almería tiene un acercamiento más sutil al tema que refiere a las fuerzas del orden. La brutal paliza, el asesinato y el ensañamiento de los supuestos etarras por parte de la Guardia Civil es omitido, haciéndose hincapié la parte más amable: el incansable e insobornable abogado (Agustín González) que está decidido a ir a por los culpables. En esta cinta, Pedro Costa deja patente en multitud de ocasiones su intención de denunciar un hecho, y no un cuerpo del estado. Esto se ve claro, por ejemplo, durante el juicio cuando el abogado hace quitarse la ropa oficial a los acusados. Volviendo al comienzo del párrafo y por muy horrendo y sangriento que fuese el crimen perpetrado, Costa suprime esa parte del guión, dejando todo el peso sobre la palabra.

Muy distinto obró Pilar Miró, que muestra una cinta tal y como ella es: recta y cortante. En El crimen de Cuenca no se omite detalle. Se pretende mostrar la precariedad en la que viven los personajes y, por supuesto, las injusticias que padecen a manos de la Guardia Civil y el resto de los pueblerinos. Aquí no ocurre como en El Caso Almería, esto es, no existe un intento de dejar claro que a quien se juzga es al individuo, y no al colectivo. Y fuera como fuere, la película no se libró de numerosas críticas que denunciaban la supuesta gratuidad de las imágenes de tortura.

La conclusión de cada obra es crucial. En el caso de El crímen de Cuenca, el final da un sentido a toda la película, ayudándola a cumplir lo prometido en el prólogo, cuando un ciego viene a contarnos una historia extraordinaria, sórdida y extraña. Por otro lado El caso Almería se muestra como la lucha de un hombre por conseguir justicia y narrar fielmente los hechos que rodearon la investigación y los juicios de tal historia.

Ambas películas, pese a lo duro de lo que narran, son incontestables y muy recomendables.