viernes, 28 de octubre de 2011

Samuráis, fantasmas y espectros del J-Terror

El terror, entendido como un instinto de supervivencia, fue poco a poco abandonando nuestras vidas a medida que el ser humano avanzaba en su evolución o, incluso, a medida que cada uno de nosotros nos hacíamos mayores.

Ahora el concepto de terror se ha degradado, y muchas veces es mezclado en el mundo de la literatura y el cine con la repulsión y los sustos fáciles. Ya pocos saben entender tan bien aquel sentimiento primitivo gracias al cual nuestra especie ha sobrevivido hasta nuestros días.

El terror es, pues, un sentimiento primitivo, anterior al amor y al perdón e, incluso, anterior a la guerra.

Este año, vísperas de la celebración de Todos los Santos y, por supuesto, de Halloween, os invito a ver tres películas mágicas. Tres cintas que captan la verdadera esencia del horror y de las que muchos directores de cine de terror actual tienen que aprender. Las tres, incluidas entre las listas con las mejores películas de J-Horror (o terror japonés) de la historia, tienen dos elementos en común: los fantasmas (en el tercer caso, el diablo como sombra del rostro humano) y los samuráis.


EL MÁS ALLÁ (Masaki Kobayashi, 1964)

La película de 1964 de Masaki Kobayashi ganadora del Premio Especial del Jurado en el festival de Cannes de 1965 es un ejemplo de cine de terror de buen gusto. Su cámara, sus planos, su fotografía espectral, sus decorados y sus efectos especiales hacen de esta joya uno de los ejemplos más subyugantes ya no del cine de terror japonés o mundial, sino del cine como arte.

Basada en la obra homónima de Lafcadio Hearn, esta película está dividida en cuatro episodios que tienen un común denominador: los fantasmas. Fantasmas como apariciones inesperadas, como seres que vuelven de ultratumba para cumplir sus venganzas o, simplemente, atormentadas almas que vagan entre dos mundos.

En el primer cuento, llamado “El pelo negro”, un samurai que vive con su mujer en la pobreza abandona a ésta para casarse con otra en busca de una vida mejor. Pero pronto se dará cuenta de que sigue enamorado de su primera mujer, y volverá a buscarla. El primer cuento nos introduce de forma sencilla la esencia de la cinta como un todo: es terrible y sutil a la vez, su narrativa, pausada y contemplativa, carente prácticamente de diálogos, lo que supone una atmósfera más propensa al terror.

La segunda historia, “La mujer de la nieve”, aunque más previsible, tiene un poder de atormentar al público mayor que la anterior. El uso de la fotografía, especialmente el contraste de la mujer y la nieve, así como los cambios estacionarios, es absolutamente resplandeciente. La frialdad del terror de Kobayashi encuentra aquí su analogía perfecta con la nieve.

El más largo de los episodios es “El hombre sin orejas”, es una epopeya fantástica que mezcla la fantasía con la historia japonesa (la última batalla entre las dinastías de los Genji y los Heiké). La teatral puesta en escena acompaña unos escenarios y decorados hechos a mano, así como una coreografía de los actores perfecta. Ante semejantes precedentes no es de extrañar que el director tardase cuatro años en preparar la película, pues el resultado es sumamente artesanal y cuidado.

La nota que pone punto y final a semejante maestría es “En una taza de té”, un cuento con el que se quiere explicar por qué muchas obras de la literatura fantástica japonesa están inacabados. Un corto desplegado en unos pocos movimientos, pausados y bien diseñados para encumbrar esta obra, icono del buen gusto por el terror. Una maravilla visual y una atmósfera de horror latente, que se cuela por los poros destapando ese instinto básico del que habábamos al principio.

EL GATO NEGRO (Kaneto Shindô, 1968)

Cuatro años más tarde de haber realizado Onibaba (tercera película de este artículo, la cual desarrollaremos más tarde), Shindô repitió suerte con ésta cinta que posee ciertas reminiscencias al cine de vampiros y pone en escena un tema que a esas alturas de los sesenta era crucial en occidente: el feminismo.

Una joven y su nuera, que viven en un bosque de bambú, son asaltadas y violadas por un grupo de samuráis. A su muerte, un extraño gato negro aparece entre los cadáveres. Más tarde, unas mujeres de aspecto similar a las anteriores se aparecerán entre los troncos del bosque a los samuráis, buscando venganza.

El gato negro al que la película hace referencia es lo que en la mitología japonesa se conoce como un bakeneko, literalmente “gato monstruoso”; un felino que adopta habilidades sobrenaturales como caminar sobre dos patas, volar o, incluso, resucitar a los muertos o controlar a los cadáveres como si fuesen marionetas.

Muchas otras películas japonesas se han nutrido de leyendas como ésta en sus películas pasando totalmente desapercibidas como el famoso Studio Ghibli (Mi vecino Totoro, Haru). No obstante el enfoque aquí es de “paranormal”. La puesta en escena de los fantasmas es muy cuidada, y no restan credibilidad al film, como ocurre recientemente con las películas niponas de género, sino más bien todo lo contrario. Siendo la más pausada de las tres, el discurso no pierde fuerza, y no deja escapar la impresionante atmósfera espectral que crea.

ONIBABA (Kaneto Shindô, 1964)

Estrenada cuatro años antes que El Gato Negro, Onibaba crea una historia y, con ella, un universo mucho más simple que las anteriores. Aquí todos los elementos (la luz, los juncos, el agujero, los sonidos y los actores) se muestran tal y como son y nada es fruto del azar, o la imaginación, sino de un constante movimiento y de efecto acción-reacción.

El fondo físico de la cinta, a priori poco profundo, contrasta con la profundidad los temas que tratan: el deseo, la lujuria, el miedo, las supersticiones, la envidia… la guerra. El escenario de Onibaba es un teatro visual donde no solo la boca de sus protagonistas hablan, sino también sus poros cuando sudan, sus miradas cuando cortan la luz en penumbra, las intenciones, que se refugian entre un largo campo de juncos, entre la oscuridad de la noche o la lluvia. En los juncos se materializan las acciones de los personajes y curiosamente aquí es donde surgirá el fantasma que a todos persigue: el demonio, el mal, la eterna sombra del ser humano.

Onibaba es otro término referente a la mitología japonesa. Se trata, esta vez, de un demonio o fantasma con aspecto de anciana que, enferma de locura, suele mostrar otra apariencia para despistar a los visitantes.

La película, al igual que la anterior, tiene por protagonistas a una mujer y su nuera, a la cual envidia por su éxito con los hombres. Con el trasfondo de una guerra, los sentimientos y las necesidades quedan siempre al descubierto. La penuria humana es el viento que hace girar este molino infernal en el que los miedos compiten entre si.

Onibaba tiene la firme convicción de que no es necesario ir al más allá para encontrarse cara a cara con el diablo.

El cine de terror japonés es, sin duda alguna, uno de los que más le deben a éste género. Sus historias reflejan un conocimiento preciso de la psique humana, de aquello que los habitantes de este mundo temen; la perfección en el manejo de la cámara, en el uso de la escenografía, revela la maestría del teatro que llevan dentro. El sonido es siempre diferente a la de otras cinematografías. Estas tres últimas carecen de música y, en su lugar, han sido sustituidas por una banda sonora basada en ruidos y sonidos que, en éstos tres ejemplos del cine de terror japonés, ayudan a la claustrofóbica y etérea atmósfera que sus directores tan bien saben crear.


El sabor es netamente oriental, pero en todas ellas se palpa Shakespeare, se palpa Hamlet o El Rey Lear; se palpa Boccaccio, se palpa la fría ironía y el humanismo del cuento moral. Se palpa, realmente, el horror.

domingo, 16 de octubre de 2011

Los 7 pecados capitales en el Cine

ENVIDIA

Sonata de Otoño (Ingmar Bergman, 1978)

¿Acaso no se basa la felicidad de una madre en la infelicidad de su hija? Duras palabras que una hija profiere a su madre. Unos sentimientos que se descubren como termitas que corrompen por dentro. ¿Acaso no es la felicidad de una hija motivo de envidia?

Las relaciones entre seres humanos siempre ha sido clave en el entendimiento del cine del sueco Ingmar Bergman. El tormento en silencio y posterior estallido en tormenta es un recurso bastante recurrido en sus películas. En esta, particularmente una de las más inquietantes, ese tormento es la envidia y la tormenta el odio y la culpa.


AVARICIA

El tesoro de Sierra Madre (John Huston, 1948)

En un viaje lleno de peligro, la avaricia será el mayor problema al que los protagonistas se enfrentarán. Bogart en la cúspide de su carrera, como siempre, y en una película de aventuras al más puro estilo del género. Una delicia para una tarde de domingo y una lección de humildad y de prudencia, pues cualquiera se puede “contagiar” con el virus de la avaricia.


LUJURIA

El Imperio de los Sentidos (Nagisa Oshima, 1976)

Esta película de 1976, y de la que hemos hablado ya en otra ocasión en este blog, representa claramente la necesidad de un país de salir de sus convencionalismos.

Al director le aseguraron distribución en Europa, pero aún estaba por ver qué actriz querría jugarse su vida profesional y personal a una simple tirada.

La historia ofrece imágenes explícitas y todo tipo de parafilias que rompieron los moldes de una época en la que la simple aparición de un miembro genital era severamente castigada por la ley en su país. Aquí, en la película, todo se muestra en exceso, como parte de la historia en que la lujuria ahoga literalmente a los protagonistas.


SOBERBIA

El Crepúsculo de los Dioses (Billy Wilder, 1950)

Una metáfora sin precedentes en la historia del cine. Gloria Swanson es en esta película, para muchos, la mayor representación de la soberbia desde Ciudadano Kane. Su cara, inmortalizada en el cartel original, es la indudable mirada de dicho pecado capital. Swanson da vida a una mujer anclada en el cine mudo y que quiere saltar de nuevo a la palestra, rompiendo el silencio y la falsa tranquilidad de un escritor acosado por sus acreedores.


GULA

La Gran Comilona (Marco Ferreri, 1973)

Esta sátira de Ferreri bien podría encontrar su paralelismo en la película póstuma de Passolini: Saló, ya que ambas recurren a los dañinos excesos de la clase alta o media-alta y en la constante provocación al espectador.

En la película que nos ocupa, cuatro burgueses deciden suicidarse encerrándose en una casa rodeados de comida y de mujeres. La lujuria es la intrusa aquí, pero para cuadrar bien nuestras cuentas la película compara a las invitadas con otros platos de carne que los comensales degustarán, si es que se puede utilizar este término en el pecado capital del que hablamos.


IRA

Taxi Driver (Martin Scorsese, 1976)

Ganadora de la Palma de Oro en Cannes en 1976, ésta película de Scorsese encumbró al genio y obsequió a los espectadores de medio mundo de imágenes estremecedoras. Metafóricamente, las ventanillas de un taxi nos muestran los retazos de la violenta vida que se respira en las calles de una Nueva York agotada y nocturna. La ira surge como parte del retrato que plasma a un ser antisocial y con ciertos trastornos.


PEREZA

Los Inútiles (Federico Fellini, 1953)

Pese a que Fellini nunca fue considerado como uno de los realizadores principales del neo realismo italiano, si que bailó en ciertas ocasiones con dicho género, como en ésta película.

El neo realismo siempre se basó en la queja social, en la denuncia internacional de mediados de siglo XX que surgió en Italia de manos de directores como Rossellini, Visconti o Vittorio de Sica. En éste pretexto social se enmarca el pecado de la pereza, que el siempre eficiente Fellini supo trasmitir de la mano de sus “inútiles” o de sus “vitelloni”, título original y cuya traducción más literal sería “zángano”.

Una moraleja social que nos relata la historia de unos amigos que viven parasitando de sus familias y eludiendo todo tipo de compromiso. En un epílogo fortuito, uno de los protagonistas monta en un tren, mientras se nos muestra imágenes del resto de los amigos durmiendo apaciblemente en sus camas.


LOS 7

Se7en (David Fincher, 1995)

Si hay que justificar todos los excesos para no dar nada “gratis” al respetable, Se7en, de David Fincher, cumple todas nuestras expectativas.

Atractiva y sólida, violenta, cruel y a la vez sumamente eficaz en su discurso, Se7en pasará a la historia como una de las pocas películas de su estilo que logró vencer todo tipo de formalismos y clichés comerciales para convertirse en todo un clásico y la obra cumbre de un director, por aquel entonces, con una filmografía muy escasa.

La forma en la que los pecados capitales van encajando hace de ella un puzzle perfecto con unas piezas difíciles de olvidar.